Investigamos y promovemos el acercamiento entre las culturas catalana y americanas, dándolas a conocer al público en general.

Ellas también hicieron las Américas

EL Pais

*El Nuevo Mundo no solo fue cosa de hombres
*Tras las huellas de Colón viajaron mujeres épicas que han sido engullidas por el olvido
*Miles de españolas emigraron en el siglo XVI para explorar estas tierras

Tereixa Constenla 20 MAY 2012


Isabel Barreto. La única almiranta de Felipe II y su nombre no dice nada. Aventurera a la altura de Magallanes y Orellana. Soñadora capaz de ajusticiar a un marinero desobediente y avisar a navegantes: “Señor, matadlo o hacedlo matar… y si no, lo haré yo con este machete”. Una de tantas mujeres que protagonizaron gestas épicas en el Nuevo Mundo y olvidos legendarios en el Viejo. América no solo fue cosa de hombres. Pisando los talones de Colón se movilizaron un tropel de pioneras como Isabel Barreto, recordadas en una exposición en el Museo Naval de Madrid cuyo título lo dice todo: No fueron solos.

En 1595, tras enviudar, Isabel Barreto asumió el mando de la expedición que había partido de Perú en busca de las islas Salomón, donde ella y su marido, Álvaro de Mendaña y Neira, ubicaban Ophir, un reino de oro y piedras preciosas, otro Eldorado de los tantos de la época. Ni le intimidó la idea de cruzar el Pacífico ni le atemorizó hacerse cargo de una tripulación de héroes y villanos a partes iguales, que conspiraban para amotinarse cada dos por tres, que a la mínima amenazaban con beber en la calavera del prójimo, que malvivían a fuerza de agua con cucarachas podridas y tortitas amasadas con el mar.

Barreto se puso a la altura de aquellos marinos que navegaban con la muerte enrolada entre ellos. “Apenas había día que no echasen a la mar uno o dos [cadáveres], y día hubo de tres y cuatro”, escribió Pedro Fernández de Quirós, piloto y cronista de la travesía. A él debemos esta descripción de su jefa: “De carácter varonil, autoritaria, indómita, impondrá su voluntad despótica a todos los que están bajo su mando, sobre todo en el peligroso viaje hacia Manila”. En su búsqueda de las Salomón se toparon con las desconocidas islas Marquesas, donde fondearon. No cabe duda de que Isabel Barreto desconocía el desaliento. Con 7.000 millas náuticas a sus espaldas, el descontento de la tripulación soplándole en el cogote y un marido recién fallecido, ordenó zarpar hacia Filipinas. Pocos discutirían sus cargos (almiranta, gobernadora de Santa Cruz y adelantada de las islas de Poniente) cuando avistaron Manila. Allí se casaría con Fernando de Castro, al que contagió su arrebato y embarcó en otra enfebrecida travesía hacia las Salomón.

No fue Barreto la única protagonista de aquellos días de choque de civilizaciones. Sin embargo, fuera del circuito académico apenas han trascendido sus historias. “Mucho se ha hablado y escrito de la participación del hombre, del caballo e incluso del perro en la conquista del Nuevo Mundo. Muy poco, sin embargo, acerca de la participación de la mujer y de su importantísima labor en todos los aconteceres de lo que supuso el descubrimiento, conquista y colonización de las tierras americanas”, escribe el historiador de la Universidad de Vermont Juan Francisco Maura en el libro Españolas de ultramar en la historia y la literatura, publicado por la Universidad de Valencia.

¿Cuándo fueron las primeras? De la mano de Colón. En el tercer viaje del almirante (1497-1498) iban a bordo 30 mujeres a petición de los reyes Isabel y Fernando, aunque en los últimos años, según Maura, se ha constatado la presencia de embarcadas en el segundo (1493) y algún historiador sostiene que podrían haber participado en el primero (1492). Se desconoce con exactitud cuántas partieron hacia América porque muchas no figuran en los registros y otras viajaron ilegalmente, pero entre 1509 y 1607 se han contabilizado, según la investigadora de la Universidad de Alicante Mar Langa Pizarro, 13.218 pasajeras.

Emigraron muchas –el 36% de los inscritos–, y entre ellas, algunas poderosas. María de Toledo, nuera de Cristóbal Colón –se casó con su hijo Diego–, fue virreina de las Indias Occidentales entre 1515 y 1520, aunque no le concedieron el permiso para dirigir la Armada y colonizar tierra firme después de la muerte de su esposo. María sufrió prejuicios sexistas (no se libró pese a sus redes familiares: era sobrina de Fernando de Aragón) y practicó prejuicios raciales (en una carta da poderes para que le lleven a las Indias “300 piezas de esclavos negros”). Bueno, en puridad histórica, no fueron tales, aclara el catedrático de Historia Moderna Carlos Martínez Shaw: “En la época no había prejuicios racistas, simplemente los europeos veían la esclavitud de los negros como la cosa más natural del mundo”.



La brazalera, como esta de plata, ágata y castaña de Indias del XVIII, tenía una misión protectora. Se colocaba bajo la manga / Museo del traje

Una de las razones por las que se ha borrado la presencia femenina es malévola: “Para presentar a los españoles como una panda de piratas que solo buscan sexo y oro. Las mujeres humanizan el proceso”, expone Juan Francisco Maura, que achaca el silenciamiento al gran peso de la historiografía anglosajona para contar la aventura americana hispana. “En general presentan a los anglosajones como colonos, sin el matiz violento de la conquista, mientras que dibujan a los españoles como saqueadores y violadores que querían hacerse ricos”, contrasta. Desde luego, subraya, las pioneras en llegar a América no iban en el Mayflower en 1620. Hacía décadas que miles de españolas de todo pelaje habían recomenzado su vida al otro lado del océano. “Y no solo en un segundo plano como muchos quieren pensar, sino a la vanguardia de una sociedad naciente”, aclara Maura.

Hubo armadoras como la sevillana Francisca Ponce de León, que fleta su nao San Telmo a Santo Domingo 17 años después del descubrimiento; gobernadoras como Beatriz de la Cueva, que rigió los destinos de Guatemala; innovadoras como María Escobar, la primera en importar y cultivar trigo en América; empresarias como Mencía Ortiz, que funda una compañía para enviar mercancías a las Indias en 1549, o feroces conquistadoras como la extremeña Inés Suárez, que embarcó en 1537 como servidora de Pedro de Valdivia y acabó siendo su amante y guerreando contra los araucanos en Chile, a cuyos caciques (presos) decapitó sin contemplaciones. No eran tiempos de convenciones que defendiesen derechos de prisioneros de guerra.

Parte del trasiego hacia América se debe a una orden de la Corona (1515), que pronto obligó a todos los cargos y empleados públicos a embarcarse con sus esposas. “Las mujeres seguían a sus maridos, padres o hermanos o un alto funcionario con séquito o servicio, pero esto enmascara muchas situaciones, y a partir de 1550, más o menos, muchas viajaron solas buscando el cónyuge que no siempre encontraron o llevadas por otros bajo fórmulas muy distintas, criadas, amigas, institutrices. Todas, fuera cual fuera su posición, llegaron a América a valer más”, sostiene Pilar Pérez Canto, catedrática de Historia y coordinadora, junto a Asunción Lavrín, del volumen La historia de las mujeres en España y América Latina (Cátedra).

El sueño transoceánico contagió a toda la población. Las solteras no se arredraron: fueron el 60% de las que emigraron. Ricas, pobres, religiosas, prostitutas o aventureras con certificado de buena conducta, imprescindible para viajar legalmente. Las trabas migratorias no son un invento moderno: en una real cédula de 1549 se prohibía el viaje de “judíos y moros conversos, reconciliados con la Iglesia, hijos y nietos de quemados por herejía, extranjeros nacidos fuera de los territorios del imperio español y esclavos blancos y negros sin licencia especial”. Tampoco los subterfugios ni los burladores de la ley son modernos… ni masculinos (en exclusiva). Francisca Brava hizo las Américas sin dejar tierra firme. En un documento del Archivo de Indias se da cuenta de su negocio: “Quien quiera comprar una licencia para pasar a las Indias, váyase entre la puerta de San Juan y de Santiesteban, al camino que sale a Tudela, cabo de una puente de piedra, y allí pregunte por Francisca Brava, que allí se la venderá”.

Lo que las une a todas, según Carolina Aguado, comisaria de la exposición del Museo Naval de Madrid, son sus narices. “Eran mujeres de armas tomar. Abandonan un país en el siglo XVI y una sociedad donde la mujer era un cero a la izquierda y se meten en un barco cuando esos viajes eran terroríficos, con riesgo de pirateo y naufragio para llegar a una sociedad que no conocían”. A la comisaria le impresiona la peripecia de Mencía Calderón, que viaja con sus tres hijas y toma las riendas de la expedición al fallecer su marido, Juan de Sanabria: “Tardan seis años en llegar a Asunción, afrontan una tempestad, les atacan piratas y luego los indios tupis, ella pierde a una hija, y cuando en Brasil no les dejan volver a embarcar, se pone al frente del grupo que cruza el Mato Grosso. Del medio centenar de mujeres que habían zarpado llegan solo diez”. La gesta de Calderón se ha popularizado en los últimos años gracias a la novela de Elvira Menéndez El corazón del océano (Temas de Hoy), que ha inspirado una serie que emitirá Antena 3, con Ingrid Rubio, Clara Lago y Hugo Silva en el reparto.
 
Uno de los testimonios femeninos más notables en la conquista americana fue narrado en primera persona por Isabel de Guevara, una de las fundadoras de Asunción y Buenos Aires, en una carta enviada a la princesa Juana, hermana de Felipe II, el 2 de julio de 1556, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional. En ella detalla las penalidades sufridas por los 1.500 hombres y mujeres del grupo que encabezó Pedro de Mendoza hasta el río de la Plata. “Al cabo de tres meses murieron mil, esta hambre fue tamaña que ni la de Jerusalén se le puede igualar, ni con otra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, así lavarles las ropas, como curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas cuando algunas veces los indios les vienen a dar guerra (…), dar arma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados (…). Si no fuera por ellas, todos fueran acabados; y si no fuera por la honra de los hombres, muchas más cosas escribiera con verdad y los diera a ellos por testigos”.

La investigadora Mar Langa, que ultima el libro Mujeres de armas tomar, que editará Servilibro en Paraguay, cree que “probablemente” lo que omite es el canibalismo, detallado por testigos que sobrevivieron a la hambruna. En Viaje al río de la Plata (1567), el bávaro Ulrico Schmidl narró lo siguiente: “Tres españoles se robaron un rocín y se lo comieron sin ser sentidos, mas cuando se llegó a saber los mandaron prender e hicieron declarar con tormento; y luego que confesaron el delito los condenaron a muerte en la horca (…). Esa misma noche, otros españoles se arrimaron a los tres colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne (…) para satisfacer el hambre”.

Los archivos españoles tutelan historias similares. Maura destaca que son un territorio inexplorado, “formidable pero sin catalogar”. No sabemos lo que no sabemos. Una cosa sí: cada documento deteriorado (y sin digitalizar) esparce una nube de amnesia sobre el pasado. Gracias a los archivos conocemos cuándo se fundaron el primer convento y el primer prostíbulo, aunque no lo hicieran precisamente en este orden. Cuatro beatas que habían viajado con Hernán Cortés abrieron las puertas del primer monasterio femenino (en el que acabarían ingresando dos nietas del emperador Moctezuma) en Ciudad de México en 1540. Para entonces la primera “casa de mujeres públicas” autorizada por la corona española era ya una institución consolidada en la ciudad de Santo Domingo, desde que el rey aprobó su construcción en agosto de 1526, “por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella y por excusar otros daños e inconvenientes”.

Viajaron rameras, pero no todas las aventureras eran meretrices como a veces algunos interpretan. Alfonso Dávila, director del Archivo General de la Administración, investigó la biografía de la sevillana Ana de Ayala, esposa de Francisco de Orellana, para una exposición sobre la exploración del Amazonas. “Es una de las grandes incógnitas de la historia de España, unos la convierten en noble y otros en prostituta que vive amancebada con Orellana en Sevilla mientras prepara la segunda incursión en el Amazonas, debió de ser una mujer de clase media, de grandes redaños, porque se casó en contra de todos con Orellana”, explica Dávila.

Orellana y Ayala zarparon en 1544 a pesar de las órdenes de cancelar la travesía. La flota, que salió con 400 hombres y cuatro capitanes, se diezmó nada más llegar a Cabo Verde, “posiblemente por el agua corrompida y la falta de provisiones”. Orellana desoyó todos los presagios que anticipaban el desastre y dividió el menguado grupo en dos lanchas con las que embocaron el Amazonas. Surcaron el gran río durante 11 meses, perdidos, extinguiéndose uno tras otro, incluido Orellana, al que Ana de Ayala enterró en la orilla izquierda, bajo la sombra de un árbol. Sobrevivieron 44 personas, entre ellas la sevillana, que tuvo la valentía de afear al rey que la falta de medios les había precipitado al fracaso.

Quizá la única trayectoria que se impuso al olvido fue la de Catalina de Erauso, la singular monja alférez. Su asombrosa vida se transmitió y agrandó en diversas obras, que es la vía más directa para abrirse un hueco en la eternidad. Erauso, novicia en un convento español, zarpó para América, donde luchó vestida de soldado en un sinfín de combates que acabaron granjeándole el respeto de compañeros y superiores. Todas sus vulneraciones de la norma fueron toleradas. Incluida su sexualidad, porque Erauso jamás ocultó sus preferencias: “A pocos días me dio a entender que tendría a bien que me casase con su hija, que allí consigo tenía; la cual era muy negra y fea como un diablo, muy contraria a mi gusto, que fue siempre de buenas caras”. Lo dejó escrito en sus memorias hace casi cuatrocientos años, poco antes de coger de nuevo otro barco para América.

La exposición ‘No fueron solos’ podrá visitarse en el Museo Naval de Madrid desde el 21 de mayo hasta el 30 de septiembre.

El mundo hispanohablante llora al autor de 'La muerte de Artemio Cruz'


El Pais

 Vargas Llosa, Carlos Fuentes y G.G. Márquez

JUAN GOYTISOLO. Carlos Fuentes ha muerto en la plenitud de sus dones. La suya ha sido una vida tan intensa y tan rica que solo puede producir admiración. Estoy muy afectado. Me es imposible hablar en este momento y resumir lo que son 60 años de amistad. He seguido con atención toda su obra y he escrito ensayos sobre una docena de sus libros, en especial sobre Terra nostra, para mí, su obra maestra y una de las mejores novelas en lengua española de todos los tiempos.

ANTONIO GAMONEDA. Una vez mantuvimos una conversación en un hotel de Gran Vía, y otra en la Residencia de Estudiantes, donde teníamos una conferencia. Y lo estimaba como escritor, tenía una visión crítica acercadamente crítica de las circunstancias sociales y políticas tanto de su país como de España. Creo que es una pérdida importante para la literatura en lengua española. Carlos Fuentes fue, en cierto modo, una continuidad seria de ese boom latinoamericano. Era frecuente colaborador en prensa y se apreciaba una unidad de criterio que entre sus colaboraciones periodísticas y las conclusiones subyacían en su obra narrativa.

PILAR DEL RÍO: Carlos era un amigo de una generosidad sin límite. Desde que a Saramago le presentó a los escritores mexicanos, mi marido se sintió mexicano gracias a él y muy vinculado a ese país. Esta misma mañana estaba comentando con una amiga en común la alegría que sentíamos porque le iban a hacer doctor Honoris Causa de la universidad de Baleares, ayer leíamos la entrevista en EL PAÍS, la semana pasada estuvo en la Feria del Libro de Buenos Aires firmando durante unas dos horas, y la verdad es que estoy conmocionada, y Silvia también.

NÉLIDA PIÑÓN: Las Américas pierden hoy a un gran intelectual. Un creador cuya imaginación viajaba por todos los lugares, que nos desveló sus viajes y sus pensamientos, que el mundo eligió como modelo de sus reflexiones. A través de un lenguaje soberbio, se hizo cómplice de los humano y de nuestra historia. Su marcha me provoca tristeza y soledad. Su muerte parece irreal. ¡Qué tristeza! ¿Cómo estará el corazón de Silvia? ¿Y el nuestro?

DARÍO JARAMILLO: Realmente siento la muerte del autor de Aura, es su gran momento. Porque es una historia muy bella con un tono mantenido todo el tiempo. Y también La muerte de Artemio Cruz, una novela que supuso un salto cualitativo en la literatura de la revolución, porque es una novela que es un diagnóstico a la clase militar y política que se instaló en el poder por cuenta dela Revolución. Ha jugado un importante papel en la literatura iberoamericana.

ÁNGELES MASTRETTA: Era un ser humano excepcional, bárbaro, contagiador de sus pasiones. Yo creo que cada uno es la herencia que deja, y Carlos nos deja la pasión por la literatura como una herencia obligada. Y la emoción con la que trabajaba y esta cosa como de niño, siempre puesto en el juego de escribir. Nunca Fuentes le llamó trabajo a su trabajo. Escribir era su pasión, era su vida, y estar con él era escuchar el mundo de una manera ferviente e intrépida. Tenía una juventud bárbara. Sin duda lo vamos a extrañar, es un privilegio haber compartido la vida con él, y ahora nos queda su literatura.

HÉCTOR AGUILAR CAMÍN: Yo he sentido una pérdida catastrófica. Pero creo que se va con fuentes el mayor escritor vivo de México, y uno de los mayores de la lengua española. Su obra, con tantos registros, y se va un escritor clásico en el sentido más vital de la palabra. Un autor que nació maduro, que cortó en cada edad las obras importantes que podía cortar y que se murió viejo como un autor joven, pensando que iba a empezar este lunes su siguiente novela. Dice un pasaje de la literatura griega que los héroes pedían a los dioses una vida larga o corta pero una muerte rápida. Y Fuentes tuvo todo, una vida plena. Creo que le hubiera gustado.

VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA: Fue el gran defensor del español como territorio de La Mancha. “Seamos generosamente universales para ser provechosamente nacionales”. Una vez le oí decir a Carlos Fuentes que él recordaba siempre esa frase de Alfonso Reyes, muy amigo de su familia. Y eso es lo que caracterizó su propia vida literaria. Carlos Fuentes era profundamente mexicano y, a la vez, el gran defensor de la idea de la lengua española como territorio de La Mancha. Esa expresión suya ha quedado ya como una de las grandes afirmaciones de nuestra cultura. Fuentes explicaba que hablaba de mancha porque el español se extiende como una mancha y porque es una lengua manchega y manchada, mezcla de sangre judía, árabe, cristiana, quechua, maya y mucho más. Fue además uno de los grandes defensores de la política lingüística panhispánica de las Academias. Cuando me nombraron director del Instituto Cervantes me mandó un correo con una línea: “Víctor, a completar la tarea”. Quiero recordar al gran novelista de Terra nostra, de La muerte de Artemio Cruz, al brillantísimo orador que era, pero lo que se me impone emocionalmente es recordar al defensor de la lengua española como factor de unidad de toda una diversa comunidad cultural.

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ: El magisterio de Fuentes es inagotable. Varias generaciones aprendieron con él qué carajos es la literatura latinoamericana. Hablo ahora en primera persona: con él aprendí que esta literatura es lo contrario de la literatura local, y que el novelista latinoamericano se abre al mundo, acepta todas las influencias, devora todos los temas. Aprendí a leer, también: a Cervantes, a los cronistas de Indias, a Broch, a Musil. La obra de Fuentes nos regaló una idea de la ambición, nos mostró que la vocación no es esconderse del mundo, sino llamarlo y transformarlo. Y aprendí la generosidad, que nunca lograré practicar como lo hizo él.

RICARDO PIGLIA. Hay que reconocer su interés en escribir sobre sus contemporáneos. Recuerdo muy bien la impresión que me produjeron los primeros libros de Carlos Fuentes que llegaron a Buenos Aires. En especial su novela La muerte de Artemio Cruz, y posteriormente una nouvelle excelente, Aura, que para los lectores argentinos era un relato muy argentino, en la línea de las historias de fantasmas de José Bianco. Y también recuerdo con admiración los cuentos de su libro Cantar de ciegos. Después, su obra se hizo demasiado prolífica y ya no pude seguirle el rastro. Fue un generoso lector de la literatura en lengua castellana y más allá de las diferencias hay que reconocer su interés en escribir sobre sus contemporáneos (lo que no es habitual entre los escritores). Fuentes concentró en muchos sentidos la imagen clásica del escritor latinoamericano de la que nosotros –es decir los escritores de mi generación- nos hemos distanciado siempre con entusiasmo.

Eduardo Galeano presenta 'Los hijos de los días' en Barcelona

Fuente: Casa América Catalunya


El escritor uruguayo Eduardo Galeano presenta su nuevo libro Los hijos de los días (Siglo XXI, 2012) donde, de cada uno de los días del año, construye una historia que atraviesa las fronteras del mapa y el tiempo. Intervienen Eduardo Galeano; el director general de Casa Amèrica Catalunya, Antoni Traveria, y el rector de la Universidad de Barcelona, Dídac Ramírez.

Esta presentación se celebrará en el Paraninfo de la Universitat de Barcelona (Gran Via de les Corts Catalanes, 585. Barcelona). Entrada libre hasta agotar el aforo.

Organizado con Grupo Editorial Akal. Colabora Universitat de Barcelona.
Día / Hora:
09/05/2012, 19:30 H
Lugar:
Paraninf de la Universitat de Barcelona
 

La revolución de los Barraquer

Falleció Ignacio Barraquer Coll, exgerente de la Clínica Barraquer

El Espectador (Colombia)

 Por: Glenda Martínez Osorio

Como homenaje al legado médico de esta familia, reproducimos un artículo de La Revista de El Espectador, del 7 de octubre de 2001.



El día que llegó a vivir al país, lo único que José Ignacio Barraquer trajo consigo fue su fama, que consiguió primero en España, donde empezó su carrera de oftalmólogo, y que luego se extendió por todo el mundo.

Decían que en el quirófano el movimiento de sus manos era imperceptible. Decían también que estaba un poco loco por creer que un ojo miope era un ojo enfermo. Pero a todas sus teorías las respaldaban el éxito de sus cirugías de extracción de cataratas y de corrección de defectos de astigmatismo, miopía e hipermetropía, defectos de refracción. Y así aterrizó en Bogotá, a principios de los 50, con su fama a cuestas, 37 años cumplidos, el reconocimiento mundial y el propósito de hacer propia escuela lejos de Barcelona, donde trabajaba en la clínica que su padre, Ignacio Barraquer y Barraquer, había fundado en 1939.

Ninguna relación había entre la Calle Muntaner, esquina con La Forja en Barcelona, donde estaba la clínica familiar, con la Bogotá de la época, de 800 mil habitantes y más baldíos que casas construidas. Pero eso nunca fue un problema para él, acostumbrado a una gran ciudad, pero sí para la comunidad de oftalmólogos colombianos, que hasta entonces había vivido encerrada y casi marginada de lo que sucedía en el resto del mundo.

No vieron con buenos ojos que un catalán de fama mundial llegara a revolucionar su especialidad con nuevas teorías. Empezó el calvario del doctor Barraquer, que en poco tiempo se había convertido en el oftalmólogo más reconocido de la ciudad. Hizo los primeros trasplantes de córnea en los 50, cuando operar un ojo en Colombia era más que una proeza y los médicos nunca garantizaban los resultados, pero el 97 por ciento de las cirugías que él hacía eran exitosas.

Lo acusaron entonces de ejercer la profesión sin haber terminado los estudios, en un consultorio al lado de un amigo suyo. La Sociedad Colombiana de Oftalmología le negó la entrada y empezaron a construirse historias alrededor suyo y de su familia de cuatro hijos que acababa de llegar de Barcelona. En actos públicos lo acusaron de ser un improvisador y en las reuniones de oftalmólogos —la mayoría eran otorrinos— se dijo que sus técnicas no eran efectivas.

Mientras sus colegas médicos le cerraban las puertas, otra cosa sucedía en el consultorio que el doctor Barraquer había instalado en un piso del Hotel Continental en la Avenida Jiménez con carrera 4. Los pacientes llegaban a todas horas. Atendía más de 80 consultas al día, de gente que venía a que le viera los ojos por los motivos más disímiles. Venían a operarse de cataratas, o con complicaciones que requerían trasplantes de córneas. Ambas cirugías no muy practicadas entonces en Colombia porque generaban grandes riesgos y traumatismos en el paciente. Pero él, con sus métodos e instrumental quirúrgico que había diseñado, logró efectividad. Un concepto poco conocido en el país hasta entonces.
Llegaron pacientes de los Llanos, de las costas, de la Amazonia y también de Venezuela, Ecuador, Brasil y Perú, para ser operados por el doctor Barraquer, quien había hecho fama y ganado reconocimiento en el mundo por ser el primero que se le midió a corregir la miopía, el astigmatismo y la hipermetropía con bisturí.

Con tantos pacientes para atender, el piso del Hotel Continental se volvió pequeño para el doctor Barraquer. Alquiló un consultorio en la Clínica Marly, pero el torno para tallar las córneas y el laboratorio seguían en su casa, donde crecieron, entre aparato clínicos y conejillos de Indias, sus cinco hijos: Ignacio, Margarita, Francisco, Carmen y José Ignacio, los tres últimos oftalmólogos igual que él. Los encargados de seguir con la tradición, después de que el 13 de febrero de 1998 el doctor José Ignacio Barraquer murió de una hemorragia cerebral mientras diseñaba un programa informático para operar por computador.

La primera vez que Carmen Barraquer estuvo en una sala de cirugía tenía 14 años y ya sabía pasar los puntos de la seda quirúrgica para cerrar las suturas que su padre hacía. Estaba en la edad pero no jugaba con muñecas ni con sus hermanos ni con las amigas, pasaba casi todo el tiempo metida en el laboratorio de su padre, desde que llegaba del colegio.

Se familiarizó desde entonces con el ojo humano y aprendió antes que nada a diferenciar sus partes. Desde entonces supo que era como un apéndice del cerebro y uno de los órganos más especializados del cuerpo. De manera que cuando terminó el bachillerato no dudó en estudiar medicina. Lo hizo en la Universidad Javeriana y luego se especializó en oftalmología en la Escuela Superior de Oftalmología que organizó su padre, en la década de los 70, dentro de la Clínica Barraquer.

La misma clínica que él fundó en 1968 y que fue la primera de Colombia y la mejor de Latinoamérica, y a la que llegaban pacientes de todas partes del mundo que querían ser examinados por el doctor Barraquer. Así llegó, desde Venezuela, un niño de un año de edad que tenía cataratas congénitas en ambos ojos, es decir, tenía opaco el cristalino y eso impedía la entrada de la luz. El niño estaba prácticamente ciego. Con su método el doctor Barraquer extrajo las cataratas y el niño recuperó su visión en el 70 por ciento.
En busca de José Ignacio Barraquer o alguno de sus alumnos, como el doctor Zoilo Cuéllar, llegó gente de los lugares más insospechados a consultar por todo tipo de enfermedades y defectos. Muchos encontraban solución a su ceguera o sus defectos de visión en el quirófano y otros en cambio debían irse resignados a que jamás podrían recuperar la visión.

Poco a poco la zona cercana a la clínica, que en principio estuvo desolada, se convirtió en uno de los centros hoteleros de la ciudad. Las casas aledañas a la clínica empezaron a alquilar cuartos a los futuros pacientes del doctor Barraquer y después, el préstamo de habitaciones se convirtió en todo un negocio.

Casa de Ecuador en Cataluña

 Tomado de: Parainmigrantes.info

La Asociación CASA DEL ECUADOR EN BARCELONA, fué presentada el pasado jueves 24 de febrero en el Centro Cívico Drassanes de Barcelona. El acto reunió unas 60 personas, muchas de ellas vínculadas al mundo asociativo catalán, que se dieron cita para compartir la presentación de esta nueva asociación que esta llamada a ser referencia del colectivo Ecuatoriano en Barcelona.

También se contó con la presencia de diversos representantes de entidades como La FEPERCAT(Federación de Entidades Peruanas en Cataluña), La FEECAT(Federación de Entidades Ecuatorianas en Cataluña), FEDELATINA, La Federación de Asociaciones Colombianas en Cataluña, etc. Ernesto Carrión (Coordinador Adjunto de la Secretaría de Ciudadanía del PSC), Erika Torregrossa de la xarxa Latina del PSC; Al igual que autoridades del distrito como su vice-presidente el Sr. Paco salvador.

También se firmó un covenio de colaboración entre Alfredo Cedeño (Presidente de la FEECAT – Federación de Entidades Ecuatorianas de Cataluña) y José Luis Quiñones ( Presidente de la FAE- Federación de Ecuatorianos en Cataluña).

Danzas típicas ecuatorianas a cargo del TEAC (Talle de música y folklor del Ecuador) dirigido por Raquel Caizapanta quién fué la conductora del evento. Música melódica y un pica-pica pusieron la nota lúdico festiva en este evento.

El Perú y Cataluña: paralelismos sociolingüísticos

El quechua es, como el catalán, el elemento interclasista que reúne al pueblo

*Joan Martí i Castell 6 ABR 2012
El Perú vivió la potencia imperial de los incas entre los siglos XIII y XV, y el sometimiento al colonialismo español, a partir del XVI. La situación de subordinación generó reacciones indígenas que llevarían a la independencia.

No es del todo forzado el paralelismo con la historia de Cataluña: esta vivió su período de esplendor en la época medieval, y en el siglo XVI comenzó a sentir las consecuencias del dominio de las dinastías castellanas, que impulsaron el resurgir del sentimiento identitario y el anhelo de plena soberanía.

En el Perú, como en Cataluña, el despertar de las voluntades democráticas en las épocas moderna y contemporánea sitúa como prioridad la lucha contra las desigualdades insostenibles, desde la perspectiva de colectividad que ve en su cohesión la mejor defensa de los derechos fundamentales. Allí y aquí se afianza la convicción de que, como primera condición para la regeneración sociopolítica, cultural y económica, ha de ser hegemónico el respeto a la idiosincrasia marginada.

En el avance hacia la nueva realidad, la lengua tiene una función capital: el quechua —hablado por cerca de 10 millones de personas— es, como el catalán, el elemento interclasista que reúne al pueblo; como todos los idiomas, es el elemento endógeno y exógeno más tangible en la conciliación de los ciudadanos, por el que se reconoce una manera de percibir, de analizar y de transformar la realidad.

Una diferencia importante distancia el proceso de normalización en el Perú respecto al de Cataluña: la dificultad de superar el autoodio, en un contexto en que no ha despuntado una burguesía no rural. Todavía las clases sociales son esencialmente dos: la de los enriquecidos y la de los desposeídos; y el quechua marca a los segundos. No obstante, la situación política abre hoy vías para la persuasión escalonada en favor del autoestima y, por lo tanto, de la certeza de que la lengua quechua es apta para la cultura más alta; se va desvaneciendo la diglosia “español, lengua A, versus quechua, lengua B”, que se sustituye por una oposición en la que el quechua destaca como la lengua de los orígenes y de la solidaridad.
 
El Perú sabe, como Cataluña, que la educación es un ámbito particularmente decisivo para la recuperación lingüística: asegura la competencia oral y escrita unitaria de los ciudadanos a través de la inmersión; en los niveles superiores, abre las puertas al idioma para que sea instrumento de expresión en la investigación de punta en todas las áreas del saber. Hoy el Perú tiene en marcha una reforma que desea aprovechar también para estos fines: escuela gratuita y obligatoria para todos, pero necesariamente inclusiva de la realidad identitaria, especialmente en el uso vehicular del quechua. Contra el analfabetismo, por supuesto; pero a favor de la alfabetización inicial en la lengua quechua. Todo ello, desde un panorama abierto; la voluntad de no quedar al margen de la mundialización bien entendida, de apertura al universo, de conocer, pues, cuantas más lenguas, mejor, no les impide ser conscientes de los peligros de una segunda dominación ideológica lingüístico-cultural.

El Perú, desde mediados del siglo XX, está en la vía prometedora de superación de un contexto con doble cara: la de las clases dominantes opresoras y la de la revolución de los campesinos, que se convirtió en terrorismo insoportable.

Todo eso he aprendido en la experiencia de un Congreso que reunió a casi 300 especialistas, en el que la normalización del quechua tenía un papel preponderante. La amable invitación de que fui objeto se dirigía al Institut d'Estudis Catalans, la academia de la lengua catalana. Elaboré un decálogo, que hicieron suyo, y que contiene las condiciones necesarias (no siempre suficientes) para la recuperación de una lengua subordinada, y que me permito reproducir: 1. La voluntad popular de defenderla y usarla. 2. La existencia de la conciencia social de pertenencia a una identidad. 3. La implicación del poder socioeconómico. 4. La lengua debe llegar al uso general escrito. 5. Debe contar con una codificación ortográfica, gramatical y léxica aceptada por todos sus hablantes. 6. La educación debe asegurar una competencia suficiente en todos los ciudadanos y servirse de la lengua en los grados más elevados (Universidad y alta investigación). 7. Debe contar con el apoyo del gobierno correspondiente en su defensa, protección y difusión. 8. Dicho apoyo exige que legisle una política lingüística que reconozca la oficialidad de la lengua y la convierta en instrumento de la Administración pública para las comunicaciones habituales. 9. La política lingüística debe tener como culminación conseguir que la lengua sea usada siempre, por todos y para todo. 10. El espíritu con que se afronte la política lingüística debe ser abierto y contrario a la endogamia. La lengua tiene que modernizarse sin tregua para disponer de los recursos que no le impidan penetrar en ningún contexto comunicativo.

Auguro que el Perú seguirá las vías de crecimiento adecuadas que le permitirán medrar tal y como merece: sólo así podrán quedar en el olvido agravios e iniquidades de ayer o de hoy.

*Joan Martí i Castell es catedrático emérito de la Universitat Rovira i Virgili (URV) y miembro numerario del Institut d’Estudis Catalans (IEC)