Investigamos y promovemos el acercamiento entre las culturas catalana y americanas, dándolas a conocer al público en general.

Bicentenario pop


Bicentenario pop es una exposición itinerante conformada por veinte retratos de los protagonistas de la Independencia, elaborados por reconocidos ilustradores, con sus particulares y diversos estilos. ¿Quién no ha visto esos retratos en los que un prócer muy adusto luce sus brillantes insignias mientras mira confiado hacia el futuro? Así conocimos y desde entonces así hemos visto casi siempre a Bolívar, Nariño, Santander, la Pola, Miranda, Manuelita Sáenz, San Martín, el cura Hidalgo, y muchos otros protagonistas de la Independencia.

La exposición, organizada por la Alcaldía de Bogotá, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte y Casa Malpensante, busca remozar esa iconografía “clásica” fijada en el siglo XIX y conseguir que el público pueda ver a las figuras de nuestra historia con un ojo fresco y renovado.

Veinte ilustradores, algunos de ellos colaboradores habituales de El Malpensante, han sido los encargados de volver a retratar a las figuras patrias, esta vez desde una mirada contemporánea y a través de un filtro pop.

Las obras serán exhibidas en gigantografías y módulos durante la Feria Internacional del Libro y en cuatro localidades de la capital, entre los meses de agosto y noviembre del 2010.

Celebración incompleta

Especial Bicentenario
El País (España)
Editorial


Los problemas de Latinoamérica impiden que el bicentenario de la Independencia sea una fiesta


La guerra que libra el Gobierno de Felipe Calderón contra las mafias del narcotráfico ensombreció la noche del 16 la celebración de aquel grito del cura Hidalgo que hace 200 años inició la batalla de la Independencia de México. No llegó a producirse, como en Morelia hace dos años, un atentado de los narcos que llenara de sangre los festejos, pero en Nuevo León, al norte, cayeron 18 sicarios en una refriega contra los militares y, en el sur, la policía detuvo a ocho presuntos integrantes de Los Zetas que supuestamente preparaban una matanza en Cancún.

La celebración del bicentenario de la Independencia que se está celebrando este año en distintos países en función del momento del estallido inicial de la rebelión muestra la ambivalente situación de los países latinoamericanos, donde la crisis no ha sido tan virulenta y donde las instituciones democráticas se consolidan. Las sociedades progresan y, sin embargo, antiguos males agazapados (o no tanto) amenazan con destruir cualquier avance. Así, cuando el júbilo podía haber estallado como en estas señaladas fechas, los viejos conflictos irrumpen para aguar la fiesta.

Cierto que a lo largo de estos meses la alegría llenó muchas ciudades latinoamericanas, pero también es verdad que, en países como Argentina, la profunda división política se escenificó en el aniversario. El presidente venezolano Chávez desplegó grandes fastos, pero se rodeó de los mandatarios que forman parte de la alianza bolivariana que impulsa para subrayar el empuje de su proyecto personal. En Colombia los ruidos fueron menores: pequeñas protestas de indígenas y de la comunidad afrocolombiana. En Ecuador se insistió en que la nueva independencia empezaba ahora. Y el caso más extremo fue el de Bolivia, donde se marginó de las celebraciones al Oriente, enfrentado al proyecto de Evo Morales, y se sostuvo que la primera llama de la independencia la encendieron los levantamientos indígenas de 1780 y 1781, y no los criollos en 1809. En Chile, además, la preocupación por los 33 mineros oscureció la fiesta que se celebró ayer.

Durante el largo proceso de independencia fueron muchos los proyectos que barajaron los próceres para lo que nacía tras el dominio español. Desde la utopía de una América unida y centralizada a la idea de múltiples repúblicas federadas; hubo quienes reclamaron distintas formas de monarquía o incluso el imperio; quienes pelearon por fidelidad a Fernando VII y los que querían separarse de la Corona; convivieron ilustrados y contrarreformistas. 200 años después se mantiene casi intacto el desbarajuste ideológico, pero los verdaderos males tienen otros nombres: el caudillaje populista, la debilidad institucional, la fragilidad de los Estados ante la penetración de las mafias y la endémica desigualdad social. Todos han colaborado para que el bicentenario no sirviera ni siquiera para celebrarlo, dentro de cada país, todos juntos.

Lo que España nos legó

Especial Bicentenario
El Mercurio (Chile)
Editorial


La emancipación y las primeras décadas republicanas se caracterizaron por un fuerte acento antiespañol en la política y en la cultura. Luego fue surgiendo una apreciación distinta, que veía en esa raíz peninsular una forma de ser no incompatible con la integración al mundo moderno. Andrés Bello fue el primer gran impulsor de este espíritu que se proponía superar el foso de odios dejado por la guerra de la independencia —en el fondo, un conflicto civil.

Esto fue posible, además, porque el imperio español mostró rasgos propios que lo distinguen de otras experiencias coloniales. Chile aparece como un caso particular de este desarrollo, y a la vez posee características que le son únicas en nuestra América. Aquí se creó una especie de reino, llevara o no este nombre. Ocurrió de manera clara desde el primer momento, según el propósito del conquistador, Pedro de Valdivia, que tuvo la madera de un fundador. Este origen le dio un primer cimiento a lo que sería la nación chilena.

Luego vendría el desarrollo del “estado indiano” —se reprodujeron en América instituciones y usos de la península—, propulsor de lo que llegó a ser, en los tres siglos de colonia, la nación chilena. El carácter más compacto en lo geográfico y étnico, unidos a las instituciones de gobierno, creó una realidad política y social que —de manera no anticipada pero no menos real— terminó por constituir lo que hoy llamamos nación.

Esto se explica por una particularidad de la empresa española. Caso único entre los modernos imperios de ultramar, la forja temprana de la nacionalidad recibió la impronta del mestizaje, peculiaridad central de estos países en cierne. En los demás imperios europeos sólo fue un rasgo marginal, no definitorio como en América española. Existieron matices y correlación social de “pigmentocracia” propia de nuestra América, que en Chile se ha ido modificando imperceptiblemente hasta comienzos del siglo XXI, pero desde Copiapó al Biobío, los siglos coloniales crearon una de las mayores homogeneidades culturales del continente, no sólo en los rasgos físicos, sino en el lenguaje y en el sentido de permanencia.

En toda América, la consecuencia del dominio español fue la formación de naciones. No se trataba de asentamientos coloniales como los ingleses en América del Norte, sino de estructuras que culminaron en los estados nacionales del siglo XIX. En el caso chileno se había configurado definitivamente a fines del siglo XVIII, y parte de la modernidad había arribado con la llamada “ilustración católica”.

La lengua homogénea a lo largo del territorio sería una característica casi única en el continente. El castellano nos permitió vincularnos a una de las grandes versiones de la experiencia europea y nos proveyó también de una fundación épica, “La Araucana”, de Alonso de Ercilla, joya de la que disponen pocos países. Las instituciones políticas no tuvieron el grado de autogobierno del mundo anglosajón, pero desempeñaron un papel efectivo en el desarrollo político del siglo XIX. Los cabildos habían participado en la defensa del territorio, y la idea de “patria” se asoció a un paisaje y a un sistema político con la dualidad de poder secular y poder espiritual.

La Capitanía General fue ganando espacio como entidad autónoma, y en el siglo XVIII su relación directa con la Corona la hizo independiente de Lima, al tiempo que se establecía un equilibrio con el naciente Virreinato del Río de la Plata. Así, el entorno vecinal que se irguió en el período republicano tiene sus bases en todo el desarrollo político de los siglos indianos. Ello fue preparado por una especial conciencia de la modernidad: la dignidad del ser humano —incluido el indígena— en las lecciones de la escuela de Salamanca, y el derecho de gentes que allí se vislumbraba. Esta conciencia también había penetrado en Chile, si bien de manera vacilante, no menos que en las experiencias coloniales de Francia e Inglaterra.

Pasados los excesos de la conquista, la Corona tuvo hacia el mundo indígena una política clara de reconocerlo en su individualidad, junto con promover una integración cultural mediante la cristianización. En Chile hubo fusión en gran parte del territorio. En la Araucanía —nombre puesto por los españoles, que denotaba alta estima— se mantuvo un estado de guerra más bien latente en los siglos XVII y XVIII.

Sin embargo, caso particular en la América española, desde comienzos del siglo XVII existió un ejército profesional, que más tarde marcaría parte de la vida de la nación. A pesar de dicha tensión latente, lo más frecuente fue el entrecruce de población y de cultura con esa resistencia, que llegó nominalmente a integrar la soberanía española.

El siglo XIX republicano rompió este equilibrio, y en el siglo XX, de manera lenta pero no carente de logros, la población mapuche se integró en su mayoría al mundo urbano dominante, mientras diversas políticas en la última centuria han intentado, con éxitos muy débiles, superar los últimos focos de aislamiento y atraso. La revalorización de las culturas arcaicas —un rasgo conservador surgido del cansancio cultural con la sociedad moderna y con los proyectos de revolución radical— ha puesto sobre el tapete este problema, a veces magnificado por nuevas expresiones extremistas.

Si la mecha de la rebelión emancipadora prendió al calor de la reacción por las incesantes demandas de tributo, ello revela que no se trataba de una exigencia “normal”. La crisis del imperio español fue también el resultado de la “decadencia” peninsular en los siglos XVII y XVIII, todo un tópico en su historia. La evolución de nuestra república en el siglo XIX consistió en reconstruir el legado español —no pocas veces negándolo, para enseguida afirmarlo— y establecer un paralelismo curioso con el desarrollo peninsular. La institucionalización de la primera mitad del XIX no hubiera sido posible sin la herencia de España, convenientemente adaptada.

Chile debía además evolucionar mirando a otros horizontes, pues a la misma España le acaecieron más convulsiones con la política moderna que a nuestro país, al menos hasta mediados del siglo XX. La guerra civil española de 1936 influyó profundamente en el lenguaje político del Mapocho, y enlaza ambas historias hasta la transición chilena y después, como lo probó el “caso Pinochet”.

Si uno de los objetivos de la modernidad es el logro de una estabilidad democrática, siguiendo la principal tradición de Occidente, y el desarrollo económico-social, España mostró en la segunda mitad del siglo XX que eso es posible a partir de una cultura que en gran medida compartimos. Aquí radica una suerte de legado análogo que se puede aprender de la España contemporánea, tanto para Chile como para otros países hispanoamericanos.

En fin, de España nos ha llegado una afirmación de la vida que hace que lo festivo y lo trágico sigan dando rostro y alma al ser americano que compartimos. Esto hace de nuestros países, incluso allí donde están henchidos de modernidad, un lugar en el cual puedan convivir muy diferentes caras de la vida y de sus significados.

¿Qué pasó en 1810? (17) Las vacilaciones del conde

Especial Bicentenario
El Mercurio (Chile)
Editorial


Al consultar el gobernador al cabildo sobre las solemnidades con que habría de prestarse juramento al Consejo de Regencia, no sólo dilató éste la respuesta, sino que acordó sesionar públicamente y tratar sobre la constitución de una junta de gobierno. Ante la presión de la Audiencia de que se apresurara el reconocimiento del Consejo, el procurador de la ciudad, José Miguel Infante, elaboró un informe en que, además de demostrar que dicho organismo carecía de sustento legal, ponía en duda la lealtad de muchos de los altos funcionarios españoles, pues algunos muy conocidos estaban al servicio de José I. El cabildo, por ello, sugirió al gobernador reconocer a la Regencia de manera privada.

El 17 de agosto la Audiencia insistió en el reconocimiento público del organismo. El cabildo, entonces, concibió el proyecto de constituir una junta de gobierno para el 21 de agosto. Pero la Audiencia convenció al vacilante gobernador de que desechase los argumentos del cabildo, y el 18 de agosto se prestó juramento al Consejo de Regencia.

Mientras, en iglesias y conventos se exhortaba a los fieles a la obediencia, a la subordinación y a la tranquilidad. En la Merced se sostuvo en una homilía que toda resistencia a lo determinado en la metrópoli equivalía a resistir a la ordenación divina. Contra esas prédicas protestó el cabildo. Y no le faltaba razón, pues defendía un irreprochable y tradicional principio jurídico: en ausencia del rey, la soberanía revierte al pueblo.

El 23 de agosto se rumoreó que algunos peninsulares proyectaban deponer al conde y restablecer a García Carrasco hasta la llegada de Elío. Por ello al comenzar septiembre se multiplicaron las reuniones para tratar la constitución de una junta gubernativa. El problema había salido ya de los órganos centrales; ahora todos tomaban partido a favor o en contra de una junta. Para prevenir una situación inmanejable, el cabildo le propuso al gobernador que una asamblea resolviera la pugna entre la élite reformista y los españoles europeos. En la noche del 12, Mateo de Toro aprobó la idea.

Las continuas dudas del gobernador, la resistencia de la Audiencia y de la jerarquía eclesiástica y las reuniones tanto de juntistas como de peninsulares aumentaron la tensión existente. El 15 llegaron a Santiago milicias rurales controladas por el grupo dirigente santiaguino.

El 17 se reunieron en la casa de Domingo de Toro, hijo segundo del conde, 125 partidarios de la junta para decidir la forma de elegir a los vocales y acallar a los contrarios. Ese mismo día se repartieron 437 invitaciones a un cabildo abierto para el día 18, y sólo se consideró a 14 europeos.

La impensada coyuntura que vivía el reino había encontrado un principio de solución.

Democracia Bicentenario


Especial Bicentenario
El Mercurio (Chile)
Agustín Squella


Si todas las formas de gobierno ensayadas a lo largo de la historia contestan una misma pregunta —quién debe gobernar—, la democracia brinda la respuesta más osada: puede gobernar cualquiera que obtenga la mayoría en elecciones en las que tiene derecho a participar toda la población adulta. Tal es la regla de oro de la democracia, la cual vale no sólo para elegir representantes, sino también para cuando éstos adoptan decisiones en algún órgano colegiado, por ejemplo, una cámara legislativa. Se trata de una regla puramente cuantitativa —protestan los enemigos de la democracia—, pero si algo hemos aprendido, es que resulta mejor contar cabezas que cortarlas. Además, en aplicación de la regla de la mayoría no se resuelve sobre la verdad de las posiciones en pugna, sino sólo sobre cuál de ellas ha de prevalecer, de manera que si al votar en el Parlamento se pone término a la discusión, ello no significa que fuera de él no pueda continuar la batalla de las opiniones.


Chile retornó a la democracia en 1990, pero a una democracia limitada —“protegida” la llamaron sus partidarios—, puesto que, entre otras instituciones claramente no democráticas, la Constitución de 1980 debilitó lo más que pudo la regla de la mayoría. Así, por ejemplo, al instalar un Senado con integrantes que en un 20 por ciento no eran elegidos por sufragio universal; al fijar quórums exageradamente altos para su reforma y para la aprobación y modificación de leyes orgánicas constitucionales, y al establecer un sistema binominal para las elecciones de diputados y senadores que subsidia a la coalición que no logra la mayoría, que excluye de representación a minorías que están fuera de las dos principales agrupaciones de partidos, y que radica de hecho en éstos, y no en los ciudadanos, la elección casi sin competencia de quienes ocuparán los dos cupos que se disputan en cada distrito y circunscripción electoral.

El poco democrático cuadro descrito anteriormente ha tenido cambios desde 1989, los más importantes de los cuales ocurrieron recién en 2005 con la eliminación de los senadores designados y vitalicios, y es gracias a tales cambios que nuestra democracia califica hoy mejor en el cuadro comparativo de las que existen en la significativa mayor parte de los países. El temor a la regla de la mayoría, que no es otra cosa que miedo a la mayoría, ha ido desvaneciéndose, como resultado de que alcanzarla es hoy posible tanto para una como para otra de las dos principales coaliciones de partidos.

Con todo, queda aún bastante camino por recorrer si es que queremos tener una democracia en forma, mejor que la actual y definitivamente distanciada de aquella que con timidez fue instaurada en 1990. Para ello es preciso disminuir los quórums ya señalados; democratizar las elecciones al interior de partidos que defienden las prácticas democráticas cuando se trata del gobierno de la sociedad y que las omiten en el gobierno interno de sus colectividades; cambiar el sistema binominal; optar por la inscripción automática, mas no al precio de eliminar el deber de sufragar; implementar sin condiciones el voto de los chilenos que viven en el extranjero, y revisar la composición de distritos y circunscripciones que para elecciones parlamentarias fue adoptada antes de 1990, con los resultados del plebiscito de 1988 en la mano, lo cual trajo consigo que localidades urbanas densamente pobladas, donde ganó el “No”, elijan el mismo número de representantes que reducidos sitios rurales donde triunfó el “Sí”.


El Bicentenario, junto con ser motivo de celebración, debe serlo también para tomarse en serio las acciones que es preciso llevar adelante para mejorar nuestra democracia, puesto que no se puede sentir orgullo de un país si no se lo tiene por la forma en que se gobierna.

Centenario versus Bicentenario

Especial Bicentenario
El Mercurio (Chile)
Víctor Hugo Moreno

Claramente casi nadie pueda recordar de primera fuente cómo se vivió la celebración de los 100 años de la patria en 1910, sin embargo, los archivos de prensa siguen vivos para hacernos una idea de lo que ocurrió aquella vez. Los invito a pensar lo siguiente: ¿se imagina hubiera muerto este año el Presidente Piñera y en semanas su sucesor, probablemente Hinzpeter? Cuesta dimensionar lo que verdaderamente significó el fallecimiento del Presidente Pedro Montt en agosto y luego, tras agarrarse una pulmonía en sus funerales, el Vicepresidente Elías Fernández Albano. Incluso, por algunos días, circuló el rumor de cancelar todo tipo de celebraciones, pero el Gobierno, esa vez bajo el mando de Emiliano Figueroa, no dudó en continuar adelante con un trabajo que se venía haciendo hace años, para dejar un legado al país con grandes obras que se inaugurarían para esa fecha.

El Museo de Bellas Artes, la Estación Mapocho, el agua potable para Santiago, entre otras, fueron pensadas con mucho tiempo de antelación. Ya en 1900, por ejemplo, se empezaron a coordinar los trabajos que serían expuestos en la inauguración del Bellas Artes y desde Francia se traían las ideas para el diseño de las obras. También, se trabajó en mejorar las condiciones de salubridad de la capital, que se repletaba de conventillos, y que tenían como meta el alcantarillado para la ciudad. Independiente del clima político aún dañado por la guerra civil de 1891 y que presentaba una fuerte tensión entre el Congreso y el Ejecutivo, se pensó en grande para el Centenario, con anticipación y decisión. Así también, y pese el embrollo de las muertes presidenciales, prontamente -y antes del 18- se designó al futuro candidato a la presidencia, por la Convención Liberal que dominaba el escenario, siendo electo Ramón Barros Luco. Se puede decir que era solo una elite la que elegía y también votaba, pero era el sistema imperante en aquella época. Pese a todas esas adversidades las fiestas fueron notables.

El sentido cívico y republicano tiñó las calles del país con eventos masivos y participativos: Coros de estudiantes, columnas de niños desfilando por la Alameda con antorchas, y –lo más digno de destacar- el recibimiento apoteósico que tuvo el Presidente de Argentina (único mandatario extranjero que nos visitó), José Figueroa Alcorta, con una masa de gente esperándolo en la Estación Central y acompañándolo en su trayecto por las avenidas céntricas, brindaron un hermoso y emotivo escenario a esta significativa efeméride.

La fiesta se vivió en las calles con, además, gran sentido histórico reflejado en la prensa de la época, que apuntó a una reflexión profunda de nuestros 100 años de vida. Poco se hablaba de asados o dietas para adelgazar: el foco era nuestra existencia como República Independiente, aunque muchos digan que eso no ocurrió ese 18 de septiembre de 1810.

Para el Bicentenario se notó algo de improvisación y desorden. La comisión encargada, ya por el Presidente Ricardo Lagos, no logró plasmar en hechos concretos obras que quedarán para la posteridad como reflejo de lo que significa cumplir 200 años de vida. El Museo Gabriela Mistral es un avance para la cultura, pero se hizo por una coyuntura específica, el Estadio Nacional en el momento de su reinauguración ya se dijo que se iba a hacer de nuevo. Claramente el terremoto alteró el ánimo de celebración, pero las obras que se debiesen haber realizado, sea cuales fueran, no se podían levantar en 6 meses. En el ambiente, sin embargo, y dado las buenas noticias de los mineros, hay un ánimo de festividad, quizás con poco sentido histórico y escaso espíritu republicano, pero sí con el sentido que significa ser chileno en el 2010.

1810 Primera Junta de Bobierno en Chile

Especial Bicentenario
La Tercera (Chile)
Giorgio Montalbetti

18 de septiembre de 1810. Al Cabildo Abierto asistieron más de 450 personas, la gran mayoría partidaria de formar una Junta de Gobierno. Los asistentes gritaron ¡Junta queremos! y altiro miré si el que había liderado el grito era un antepasado del Negro Piñera, pero no. El look era harto más castrense y los que lo acompañaban tenían la misma pinta de uniformados. No me pareció mal la idea de armar una Junta al toque ¿De queda? No, al toque de altiro, pero no sé si el resto de los asistentes eran del mismo bando porque algunos tenían un acento extranjero. No sé si era cubano, bolchevique, español o típicamente chileno.

El cóctel, en todo caso, estaba pituco. Unos ricos tapaditos de charquicán y "motemei" (mote con maíz), unos botellones de tinto y fruta de la estación. Obviamente, la mitad de los asistentes fueron aterradoramente ganadores con los alimentos -término que 200 años después de traduciría como "terrible de winners"-, sobre todo el más emperifollado de los comensales: don Mateo de Toro y Zambrano que andaba más estirado que cama de alférez mirando hacia abajo a todo el mundo, al igual que sus compinches. Y todo porque decían ser los representantes del Rey. Nunca vi a Elvis en todo caso.

Me costó entrar al local, les diré. Afuera y con la finalidad de evitar alteraciones que pudiesen provocarse durante el Cabildo -nunca han faltado en la historia de Chile los curaos pesaítos ni los deudores habitacionales-, los patriotas organizaron patrullas armadas que ya el día 17 controlaron la ciudad. Con eso evitaron que los flaites de antaño saquearan los emporios y cargaran sus carretas del año con víveres. La historia se repite ¿ah?

Y bueno. Como era una Junta de amigos y debido también a que la organización de este evento fue asumida directamente por los criollos -no se repartieron free passes y el que no estuviera en la lista de la portería no entraba-, la mayoría de los 450 asistentes a la asamblea estuvo compuesta por personas afines a las ideas que proclamaban la conveniencia de formar una Junta de Gobierno. ¡Y pobre del que no!

La fiesta estuvo buena y el happy hour con tintorro español de lujo. Animaron dos jóvenes y entusiastas cantantes de entonces: un extranjero llamado Peter Mociulski von Remenyk y uno local de ascendencia italiana apellidado Messone.

Tan regado estuvo el cóctel y tan animada la fiesta que la propuesta de Junta fue aceptada de una y por aclamación de la gran mayoría de los asistentes al Cabildo -todos copeteados, claro, y arriba de la pelota- bajo la consigna de "¡Junta queremos!", aunque a los pocos segundo algunos desubicados agarraron papa y gritaron cosas como "¡Traigan más vino!, "¡Qué siga la fiesta!", "¡Ta güeña tu hermana!", "¡Eo eo eo… que siga el leseo!", "¡Mateo invita!", "¡Ignacio de la Carrera… corre a buscar las minas!", "¡Que el Juan Martínez de Rozas y Juan Enrique Rosales se pongan con las flores!", "Y que Fernando Márquez de la Plata… ¡pal copete!" y otras barbaridades por el estilo como "¡Que levante la mano!", ¡Realistas a morirrrrrrr!" y "¡Te lo dice La Noche!"

Estuvo buena la fiesta. La dura. Yo mismo salí hablando español y eso que no estaba ni ahí con el Leo Rey de España. Tan buena que debió suspenderse hasta el día siguiente para ordenar un poco el cumpleaños de monos y ponerse serios otra vez, por respeto a Su Majestad.

Ya más repuestos, aunque con la resaca en la cabeza y la boca reseca, los caballeros se dignaron a tomar papel y pluma y acordar lo siguiente:
Los integrantes de la primera Junta Nacional de Gobierno serían…

Presidente: Mateo de Toro y Zambrano (que al final se puso con los tragos).

Vice Presidente: José Antonio Martínez de Aldunate.

Vocales: Juan Martínez de Rozas, Fernando Márquez de la Plata, Ignacio de la Carrera y el coronel Francisco Javier Reina (¿habrá sentado un precedente el tener un uniformado en una junta?).

Secretarios: José Gregorio Argomedo y Gaspar Marín, alias gasparín.

Y entre las principales obras de la Primera Junta de Gobierno se contaron las siguientes:

Creó nuevos cuerpos militares y reorganizó los existentes.

Decretó la apertura de los puertos chilenos al tráfico internacional (Comercio Libre) y dictó una Ordenanza de Aduanas complementaria, la cual permanece inalterable hasta nuestros días y si no me creen traten de cruzar por el paso Los Libertadores en un fin de semana largo.

Estableció relaciones con la Junta de Buenos Aires. Mateo tuvo un affaire con la primera dama argentina.

Por una disposición especial se eximió por un año y medio de todo impuesto a libros, planos, mapas, armas, imprentas, instrumentos de física, herramientas y maquinarias y todos los elementos que daban impulso al progreso de la sociedad. ¿Mish? Y eso que no terremoteó entonces.

Y convocó a un Congreso Nacional, cuya función seria relevar en el corto plazo a la Junta del mando. Igual que el otro, pero con 17 años de celeridad. Una vez armado el Congreso éste se reajustó el presupuesto, se redujo el horario de trabajo, se alargó las vacaciones, se auto impuso asignaciones parlamentarias, modificó el sistema electoral, se llenó de analfabetos y familiares, se instaló en el litoral y comenzó a despachar, de vez en cuando, leyes mal formuladas.

Una vez acordado todo esto nuevamente se convocó a un Cabildo, se entonó el himno de la época "Una y otra y otra vez", de Leo Rey Alfonso y se cerró la jornada con el grito ¡Junta Tenemos! Y ¡El último apaga la luz!

* Giorgio Montalbetti es un periodista que ha escrito de todo y para todos. Ha trabajado en prensa económica, en publicidad, en comunicaciones corporativas, como docente y en varios pitutos relacionados con lo que le gusta hacer cada día, que es escribir. Tuvo sus columnas en la extinta Paparazzi y ahora las tiene en la vigente Mujer y si eres “rostro” prepárate: te estará observando y te subirá a su columpio.


Soñar con un país mejor


Especial Bicentenario
La Tercera (Chile)
Gonzalo Martner, ex embajador en España


Los seres humanos necesitamos marcar con hitos el paso del tiempo y recurrimos a ciertas fechas para simbolizarlos. En Chile, la celebración del bicentenario es uno de estos hitos, que encuentra al país sin resolver problemas del siglo 16 (la cuestión mapuche), del siglo 19 (la descuidada seguridad en faenas mineras y en general relaciones laborales que permiten la lisa y llana explotación de buena parte de los trabajadores chilenos), del siglo 20 (democracia limitada, derechos reproductivos de la mujer no asumidos, discriminaciones sexuales) y del siglo 21 (un modelo energético y de cuidado del ambiente que no permite un desarrollo sustentable).


El país actual es uno de fuertes contrastes: carece de grandes relatos pero construye mitos con frecuencia sobre los del siglo XX; gira alrededor de la contingencia más inmediata, pero mantiene una carga de memoria histórica que cuando es expulsada por la puerta vuelve por la ventana; convive con el “peso de la noche” conservador pero es iconoclasta en muchas de las prácticas cotidianas y en sus expresiones culturales; en la economía es dominado por élites oligárquicas, ha dado lugar a una ola de acumulación de riqueza como nunca concentrada en unos pocos y a la prolongación de formas severas de exclusión social, pero a la vez experimenta una ampliación considerable del acceso de toda la población a bienes materiales y a bienes culturales y de consumo colectivo y a mejores mecanismos de protección social.

En el contexto de estas situaciones contradictorias y ambivalentes, se mantiene una falta de decisión clara sobre la dirección hacia la que podría encaminarse el país si se propone otras metas para dejar atrás su actual hibridación postmoderna entre islas de primer mundo, áreas de progreso igualitario y a la vez un trasfondo clásicamente subdesarrollado y arcaico con situaciones de atraso, exclusión y discriminación, así como de cierta confusión intelectual y moral.

¿Por qué no volver a plantearse derrotar a la derecha en 2013 en base a la aspiración de construir una democracia social moderna? Tiene mucho sentido hacer del nuestro un país dotado de instituciones políticas verdaderamente representativas y descentralizadas, en el que se desenvuelvan individuos autónomos y libres pertenecientes a comunidades acogedoras de la diversidad; un país en el que la responsabilidad frente a los demás, incluyendo a las nuevas generaciones, sea la base de la convivencia y de una esfera pública activa e informada; un país en el que los incrementos de prosperidad se traduzcan equitativamente en el mayor bienestar para el mayor número posible de personas; un país que ofrezca una mejor educación y oportunidades a sus jóvenes para que puedan construir con autonomía sus propios proyectos de vida y en el que nadie quede encadenado a un destino de exclusión que no puede modificarse; un país con un gobierno efectivo e instituciones probas al servicio de los ciudadanos; un país que gobierne una economía dinámica para ponerla al servicio de la calidad de vida, de los derechos sociales y del respeto por el ambiente; un país con un Estado democrático redistribuidor de las oportunidades, los activos y los ingresos que disminuya las desigualdades injustas que no por ancestrales son menos intolerables.

¿Y por qué los que gobernamos entre 1990 y 2009 no avanzamos en esta dirección sino muy parcialmente? Porque las realidades políticas fueron de empates de poder. Pero además porque retrocedieron las convicciones. Prevalecieron, no sin luchas, las de quienes enfatizaron, al volver el país desde 1990 a ser dirigido por gobiernos elegidos por el pueblo, su preferencia por la llamada ética de la responsabilidad por sobre la ética de la convicción, siguiendo la distinción de Max Weber. La primera terminó por reemplazar la energía inicial de la transición y justificó una especie de pragmatismo blando sin grandeza que ha devenido en una práctica política crecientemente conservadora entre quienes debieran representar el cambio y la transformación.

La dialéctica entre el realismo y el sueño, la moderación y la audacia, ha estado siempre presente en los procesos sociales de “alta intensidad”, como han sido los del Chile contemporáneo. Pero la referencia extendida en algunas élites a la distinción weberiana es un síntoma del conformismo que se ha instalado en Chile, que se traduce en una subordinación de muchos a los poderes económicos y de la Iglesia Católica. La ética de la convicción, que defendemos, no excluye la cautela que deben mantener los promotores del cambio social frente a los peligros de involución en la consecución de sus objetivos por conductas maximalistas irreflexivas. Pero la cautela y la flexibilidad en la defensa de una convicción son una cosa, no conducirse con arreglo a convicciones en nombre de la responsabilidad es otra muy distinta. En cambio, una inspiración libertaria puede resumirse en las palabras de Michel Onfray: “querer una política libertaria es invertir las perspectivas: someter la economía a la política, pero poner la política al servicio de la ética, hacer que prime la ética de la convicción sobre la ética de la responsabilidad, luego reducir las estructuras a la única función de máquinas al servicio de los individuos y no a la inversa”.

¿Será posible caminar en esta dirección en las circunstancias actuales de Chile y el mundo, aprender consistentemente de los aciertos y dramas nacionales y universales del siglo 20 para dejarlos atrás de manera creativa y reconocer en profundidad los cambios en curso? ¿Será posible hacer emerger desde una democracia política en consolidación una democracia social moderna que promueva, además de la consagración de derechos de amplio espectro, la celebración de la vida humana que merecen los chilenos del siglo 21 y el respeto a la naturaleza?

En Chile, el obstáculo aún decisivo es el peso de los conservadores y del poder económico y político que mantienen y la prevalencia de las ideas neoliberales que no solo defienden sus intereses sino también han dado consistencia a un programa sistemático de cooptación de una parte de la centroizquierda. Han tenido relativo éxito en la domesticación de aquella izquierda que confundió renovación con conversión al neoliberalismo y de aquella neoizquierda que sufre del “síndrome esteoriental” (en referencia a la caída del muro de Berlín, que implicó una rápida transición de los dogmas marxista-leninistas a la religión del libre mercado y al atlantismo pro-occidental, en tanto ahí estaban las nuevas fuentes de poder, en vez de abrazar las ideas socialistas democráticas) y que busca estabilizar vínculos con los poderes constituidos, no sin al mismo tiempo cultivar un lenguaje y una identidad populistas destinados a mantener su clientela electoral.

El “optimismo de la voluntad” de inspiración libertaria e igualitaria ha tenido y tiene entonces una gama de huesos duros de roer y muchos esfuerzos que realizar. Pero para eso son las fechas simbólicas: para volver a soñar en un mundo y un país mejor.


Chile celebra un Bicentenario austero

Especial Bicentenario
El País (España)
Manuel Délano


El terremoto, los mineros y los mapuches se dejan sentir en la conmemoración
Chile celebra su Bicentenario con festejos en todas las ciudades, intentando dejar atrás un año en el que la parte más poblada de su territorio, la zona centro sur, sufrió, el pasado febrero, el embate del quinto terremoto de mayor intensidad que ha conocido la humanidad desde que hay registros, seguido por un maremoto que barrió las localidades costeras. Tras un impacto inicial, la economía muestra signos de vigor y las autoridades proyectan un crecimiento del PIB del 5% para este año y del 6% para 2011. Las preocupaciones se trasladaron a la suerte de los 33 mineros atrapados por un derrumbe a 700 metros de profundidad, que luchan por sobrevivir, y de los 34 mapuches en huelga de hambre en cárceles para exigir sus derechos.

La fiesta por el Bicentenario ha sido austera. Juegos de luces, fuegos artificiales y 12 obras, entre ellas la modernización del Estadio Nacional, el mismo que los militares usaron después del golpe militar de 1973 como campo de concentración para prisioneros políticos. El Gobierno optó por dar una señal de sobriedad y ha gastado en las fiestas tres millones de dólares, bastante menos que los cerca de 200 millones de dólares que costó la celebración de México.

Los chilenos disfrutan de un fin de semana largo, con cuatro festivos entre viernes y lunes, merecido en este 2010 de fuertes emociones, en el que, además, el péndulo del poder político regresó después de 20 años de la centroizquierda a la derecha, con la llegada a La Moneda del presidente Sebastián Piñera. La derecha, que asumió el poder por votación popular por primera vez en más de medio siglo, desde 1958, debió agregar a su agenda las tareas de la emergencia del terremoto, que todavía no han concluido, y la reconstrucción, que apenas ha empezado, en medio de crecientes críticas a su lentitud, y que ocupará el periodo de Gobierno completo, hasta 2014.

La envergadura de esta tarea es mayúscula, y es, probablemente, la más importante de este Bicentenario. La catástrofe representó para Chile daños equivalentes al 17% del PIB, en contraste, por ejemplo, con los del huracán Katrina, que significó el 1% del PIB de Estados Unidos.

En las celebraciones de ricos y pobres la parrilla ha sido la reina del Bicentenario. El olor a carne de vacuno, cerdo y ave asada al carbón inunda las calles del país, mientras cientos de miles acuden a las "fondas", lugares de comidas, bailes y entretenimiento, en todas las ciudades y pueblos. Es el reflejo de cuánto han cambiado los chilenos. En promedio, un chileno come hoy 81,3 kilos de carne al año, un 26% más que hace una década y apenas por debajo de los países desarrollados (82,9 kilos).

La fiesta de los 200 años encuentra al país más rico, desde el punto de vista de los ingresos, que en cualquier otro momento de su historia y más cerca de su meta de ser desarrollado. El ingreso anual promedio de un chileno supera hoy los 15.000 dólares: es mayor que el de un argentino y el más alto de América Latina en términos de paridad de poder de compra.

El país es más rico porque su población tiene más acceso a la educación, ha mantenido la macroeconomía y las cuentas fiscales en orden, disfrutado de estabilidad en las últimas dos décadas y, sobre todo, porque encontró un lugar en la globalización: Chile está especializado en la exportación de materias primas, una inversión sin embargo arriesgada porque el grado de elaboración de su producción es reducido.

El ingreso de todos, incluidos los pobres, ha aumentado desde el regreso a la democracia, pero el de los ricos lo ha hecho en mayor medida. Esto se traduce en una desigualdad y concentración de la riqueza que están entre las más altas de América Latina.

La recesión global de 2009 provocó un aumento de la pobreza, del 13,7% en 2006 al 15,1% en 2009, pero muy por debajo en todo caso del 38,6% que recibió la democracia en 1990 como herencia de la dictadura. Las brechas entre ricos y pobres son fracturas visibles en las ciudades: barrios con ingresos, viviendas, servicios e infraestructuras de países desarrollados, que contrastan con sectores periféricos donde las drogas y la delincuencia son cotidianas y los subsidios del Estado resultan fundamentales. Entre ambos se encuentra una clase media con aspiraciones, que no recibe apoyo y añora al Estado, mientras en las zonas rurales la pobreza tiene rostro indígena. Todos han debido acostumbrarse a un país en el que la educación y la salud son diferentes para ricos y pobres, y en el que la cuna continúa resultando decisiva.

A pesar del terremoto y los dramas de mineros y mapuches, que en ambos casos reflejan injusticias históricas, al hacer un balance del Bicentenario, los chilenos se sienten satisfechos, según una encuesta reciente de la consultora IPSOS, que preguntó por el grado de satisfacción con lo que ha ocurrido en el país desde la independencia. Un 79,8% de los chilenos se declaró "muy satisfecho" o "satisfecho", en contraste con el 44% de los argentinos.


El Gobierno de Chile negociará con los mapuches

Especial Bicentenario
El País (España)


El presidente chileno, Sebastián Piñera, ha anunciado este viernes (madrugada del sábado en España) que el Gobierno se sentará a negociar con representantes de las comunidades mapuches, tal y como demandan los comuneros presos en huelga de hambre desde hace 67 días . En mitad de las celebraciones del bicentenario de Chile y en presencia de sus cuatro antecesores, informa el diario La Tercera, Piñera escogió un acto de gran solemnidad para realizar este anuncio: el izamiento de una gigantesca bandera nacional frente al Palacio de la Moneda.

La negociación empezará la próxima semana, tras las fiestas del bicentenario, con la participación de dos ministros, delegados de las comunidades mapuches y representantes de organizaciones sociales y religiosas. "Tenemos una deuda con nuestros pueblos originarios y, particularmente, con el pueblo mapuche", manifestó Piñera tras anunciar un programa económico y social denominado Plan Araucanía cuyo objetivo es "mejorar la calidad de vida y las oportunidades de desarrollo" de los indígenas.

La mesa de diálogo se constituirá en el cerro Ñielol de Temuco, en pleno corazón de la Araucanía, donde se concentran las mayores bolsas de pobreza y retraso de todo el país.

Hasta allí se desplazarán el ministro secretario general de la Presidencia, Cristian Larroulet, y el de Planificación, Felipe Kast, con el encargo presidencial de encontrar soluciones "antes de que termine este año" a un conflicto que se remonta a finales del siglo XIX, cuando tras la llamada "pacificación de la Araucanía" los mapuches perdieron el 95 por ciento de sus tierras.

Desde entonces las comunidades reivindican las tierras de sus ancestros, hoy en manos de latifundistas y empresas madereras. Algunas, las más radicalizadas, han protagonizado acciones violentas contra la propiedad privada y se han enfrentado a la policía.

Para aplacar los disturbios en la Araucanía, donde vive la mayor parte del medio millón de mapuches chilenos, los sucesivos gobiernos desde el restablecimiento de la democracia, en 1990, han aplicado la ley antiterrorista y el código de justicia militar, con figuras como la de los "testigos protegidos".

En virtud de esta legislación, los acusados pueden permanecer hasta dos años en prisión preventiva sin que sus abogados tengan acceso a los testimonios incriminatorios.

Esto motivó que 32 presos mapuches de las cárceles de Angol, Concepción, Lebu, Temuco y Valdivia iniciaran el pasado 12 de julio una huelga de hambre que el gobierno de Sebastián Piñera considera "ilegítima".

A pesar de ello, el presidente envió semanas atrás al Congreso de dos proyectos de ley para modificar una legislación que actualmente, según los presos mapuches, cercena su derecho a un debido proceso y desemboca en la aplicación de penas más duras que las tipificadas en la justicia ordinaria.

Una de estas iniciativas, la que modifica la ley antiterrorista, ya fue aprobada en el Senado y por la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados. Aunque desde que comenzó la huelga de hambre, el Gobierno ha sostenido que no negociaría bajo presión, Piñera declaró a Televisión Nacional de Chile que su administración escuchará a los comuneros, "pero también a las víctimas del terrorismo".

"Hemos impulsado un reencuentro histórico con el pueblo mapuche para valorar, querer y desarrollar su identidad, su idioma, sus costumbres y su cultura, porque son parte fundamental de la identidad de nuestra nación", enfatizó Piñera al anunciar hoy la mesa de diálogo.

El ministro Larroulet, uno de los delegados gubernamentales, explicó que el objetivo es "implementar, desarrollar y perfeccionar un plan en la Araucanía que permita darle a los pueblos originarios la dignidad que se merecen". "Esta mesa busca profundizar en el diálogo y las demandas que tienen millones de chilenos de nuestros pueblos originarios", agregó el otro representante del Ejecutivo, el ministro Felipe Kast, quien puntualizó que su cometido principal no es la reforma de la ley antiterrorista.

Para mediar con los presos mapuches, el Ejecutivo pidió esta semana ayuda al obispo de Concepción, Ricardo Ezzati, quien aceptó el encargó.

Por el momento se desconoce si el anuncio hecho hoy por el presidente pondrá fin al ayuno de los comuneros. "Esto está en pleno desarrollo, habrá que ver qué pasa en los próximos días", dijo el presidente de la Agrupación Liberar, Fernando Lira.

"La opinión de los familiares y de los voceros es la más importante, más que la de los políticos; por eso hay que saber qué opinan ellos", precisó el dirigente de esta ONG que trabaja con las comunidades mapuches.


Hace 100 años, hace 200

Especial Bicentenario
Excélsior (México)
*Fernando Serrano Migallón

Aquello era una dictadura en la que la única celebración libre fue la fundación de la Universidad Nacional.

Uno de los hitos históricos que marcaron el imaginario colectivo de los mexicanos fueron las fiestas del Centenario de la Independencia. Presididas por Porfirio Díaz, nos dejaron la columna del Ángel, el Paseo de la Reforma, como ahora lo conocemos; una memoria difusa de fastos y, a contrapunto, la irrupción de la Revolución maderista y la caída de la dictadura. Como símbolos de aquel tiempo complejo quedaron la cúpula del inconcluso Palacio Legislativo, transformado en Monumento a la Revolución, el magnífico y todavía sin terminar Palacio de Bellas Artes, porfiriano en su exterior y revolucionario nacionalista en su interior, náyades y ninfas en su fachada y cactos y nopales en su vestíbulo. Porque aquello era una dictadura en la que la única celebración libre fue la fundación de la Universidad Nacional.

Todo lo demás se limitó a una envoltura dirigida desde el poder y para solaz del poder. La mayor celebración del Bicentenario, en cambio, es la posibilidad de analizar y pensar en libertad, de disentir y dialogar, de debatir y consensuar, es decir, dentro de la conquista de la democracia.

Hoy, las fiestas han pasado, con todo su anecdotario, el bueno y el no tan bueno: los disensos, las opiniones y las quejas y los aplausos, todo eso pasará también. En 20, 50 y 100 años, todo será anécdota y cosa que platicar a los nietos; alguien habrá logrado guardar un billete de 500 pesos con la efigie de Diego Rivera o uno de 100 con La Adelita y alguno más tendrá en un pequeño marco uno de 200 con el Ángel; las fotos, los vídeos digitales y la memoria de lo espectacular que llegó a ser.

Lo que no pasará, lo que seguirá siendo por muchos siglos más es la conciencia de la mexicanidad que construimos todos los días. El debate en que entramos para preguntarnos por nosotros mismos y por nuestro futuro, la violencia también habrá pasado porque, sin duda, este ingente proyecto al que llamamos patria seguirá todavía adelante.

El Bicentenario de la Independencia se transformó en la fiesta de la pluralidad de la patria, constituyó un punto final a la idea monolítica de México que había sido el núcleo de las fiestas de hace 100 años.

Si las imágenes de aquel otro centenario nos parecen manidas y rancias no es por el tiempo que ha pasado -las fotos de Zapata siguen actuales y vibrantes aunque tengan 100 años-, sino porque en ellas el pueblo aparece como escenario e incidente, nunca como protagonista. Más allá de los gustos, de las preferencias y de las opiniones, los mexicanos hemos sido quienes hemos festejado nuestra Independencia, han sido los ciudadanos y todos quienes convivimos en el país quienes las hemos hecho y disfrutado. Somos nosotros, también, quienes debemos sacar nuestras conclusiones.

Hemos comenzado el tercer centenario. Si el primero fue el de la formación y creación del Estado y el segundo el de la conquista de las libertades hacia la democracia, que el tercero sea el de la composición final del desarrollo, de la igualdad y la estabilidad que da la madurez; que nuestros descendientes celebren el tercer centenario y digan con nosotros: ¡Viva México!

*Fernando Serrano Migallón
Profesor de la Facultad de Derecho. UNAM.
fserranomigallon@yahoo.com

Sentimientos encontrados

Especial Bicentenario
Excélsior (México)
*Rafael Álvarez Cordero

Porque amo a mi país celebro que la alfabetización haya llegado a millones de compatriotas, pero me duele saber que el sistema educativo es malo.

Al llegar esta tan cacareada y esperada fecha que celebra -por decreto- dos momentos inolvidables para los mexicanos, tengo sentimientos encontrados como mexicano, pero más como ser humano, porque mi corazón late con alegría mezclada con tristeza, y en mi mente hay pensamientos tanto optimistas como pesimistas, no lo puedo ocultar.

Porque amo a mi país celebro con alegría que hace 200 años se libró de España y hace 100 años terminó una dictadura, pero reconozco con tristeza que ni se libró totalmente de España hace 200 años, y si se libró hace 100 de una dictadura, después de un millón de muertos vivió otra igual por 70 años, dictadura que, como la de don Porfirio, tuvo aciertos, pero también errores garrafales que impidieron el desarrollo armónico de México.

Porque amo a mi país celebro que la alfabetización haya llegado a millones de compatriotas, pero me duele saber que el sistema educativo es malo, mal administrado y corrupto y que la educación sea deplorable.

Celebro que se pretenda dar cobertura universal de salud a los mexicanos, pero lamento que todo esté en el papel, porque los enfermos siguen esperando meses para recibir una consulta o ser operados.

Porque amo a mi país, celebro que la natalidad en México haya disminuido, pero me duele que haya aún regiones en donde las mujeres mexicanas tienen seis o siete hijos que no pueden mantener.

Celebro que haya campañas para disminuir el hambre y la pobreza, pero me lastima ver que en pleno siglo XXI hay 30 millones de mexicanos que viven en una miseria mayor que en Haití.

Celebro que haya, por otra parte, campañas para contener la obesidad que enferma y mata a niños y adolescentes, pero deploro que haya intereses financieros que obstaculizan los empeños de esas campañas.

Celebro que después de muchos años el país logró en 2000 la alternancia del poder y que llegó Acción Nacional, partido político cuyas ideas y propuestas parecen buenas, pero deploro que, al llegar al poder, los panistas hayan sido iguales o peores que sus contrincantes, y que al abuso, la corrupción y el compadrazgo hayan añadido la improvisación, la indecisión, las componendas por debajo de la mesa, la falta de autoridad.

Celebro que, después de años de indolencia, el presidente Felipe Calderón Hinojosa haya emprendido una lucha frontal contra la delincuencia organizada, con logros en ocasiones valiosos, pero reconozco que no ha sabido convocar a todos y que aún dentro de su gabinete y en los estados hay quienes se oponen a esa lucha, la obstaculizan, aducen pretextos fútiles y contribuyen con su desgano a que la violencia continúe; el tráfico de armas continúa sin control, la despenalización de la mariguana sigue en veremos, no se corta el lavado de dinero ni se cuenta con una policía confiable.

Por eso y por muchas razones más, mis sentimientos son encontrados.

Pero usted sabe, estimado lector, que soy un optimista irredento y, debido a eso, y porque sé que quienes amamos a México somos mayoría, alzo mi voz, junto con usted, para brindar, no por el presente, sino por el futuro de mi país.

*Rafael Álvarez Cordero
Médico y escritor
raalvare2009@hotmail.com
www.bienydebuenas.com.mx

Futuras formas de organización social

Especial Bicentenario
El Universal (México)
Daniel Gershenson

La llegada de la democracia electoral facilitó el acceso a grupos que defienden causas que no cuadran con el esquema de patronazgo clientelar

La República Mexicana celebra doscientos años de vida entre festejos, crisis y reflexiones.

Estado, gobierno y andamiaje corporativo cumplen su papel preconcebido, y hacen su aporte.
En contraparte, la sociedad civil: concepto indisolublemente asociado a la modernidad, que debería participar en condiciones iguales e incluso ser protagonista, acapara mucho menos atención y estudio. Parece escabullirse entre el clamor de las fanfarrias, los desfiles y reflectores.

Como otras veces, ha estado oculta tras bambalinas, o de plano ausente. La gesta narrada por nuestra Historia oficial tiene lugar en escenarios figurados con grandes pinceladas y poca atención al detalle. La colectividad se pliega ante el tesón de sus héroes: sigue sus pasos y libra sus batallas. Paga sus culpas, y también sufre sin chistar las consecuencias de decisiones equivocadas.

Es El Pueblo: la Fatalidad manifiesta, dignamente retratada por los muralistas o esculpida por la épica broncínea y maniquea de nuestros libros de texto. Lo conforma un elenco amorfo, que sólo recibe y transmite las instrucciones urdidas por los Forjadores del Destino Nacional.

Arquetipo concebido para ilustrar narraciones que aprendemos desde la infancia. Pueblo en busca de un autor, que se limita a ser testigo presencial o mudo trasfondo. Escuchar, callar y obedecer es su divisa. La participación de la sociedad activa se reduce, en el discurso, a ámbitos limitados.

En estas circunstancias, surgieron las instituciones cuyo propósito era mantener a la sociedad a raya: en perpetua minoría de edad. Por aquí no pasó Tocqueville, reparando en la fortaleza de comunidades como la norteamericana en los años treinta del siglo XIX, con sus variadas congregaciones cívicas y grupos de presión desde la base, que constituían mecanismos de defensa contra desmanes públicos y privados.

Lo cierto es que, a contrapelo de la mitología del poder, a pesar de todo fuimos accediendo a la ciudadanía plena, autónoma y consciente de nuestros derechos (y de la necesidad de participar de lleno en la cosa pública).

Quizá no se modificó en el pasado con oportunidad el contrato social para favorecer el interés público, cuidando de limitar los excesos de los fundadores de nuestra esencia mexicana o de sus descendientes, pero arribamos a la Tierra Prometida.

Esta ebullición colectiva tal vez fue tardía, pero rendirá buenos frutos. Hoy los ciudadanos
reivindican sus espacios, ante el repliegue del talante unívoco y vertical del poder. Queda mucho trabajo pendiente, desde la sociedad civil organizada o dispersa. El asociacionismo descentralizado, tolerante y transparente cuyo ejemplo más acabado son las redes sociales virtuales o de carne y hueso, debe seguir afincándose en México. Si dejamos al arbitrio de servidores públicos e intereses privados las decisiones que nos competen, estaremos hipotecando el futuro a actores cuyas conductas anulan, en los hechos, grandes avances logrados a través de los años.

El fomento a los grupos sociales que se acoplen y completen la labor de Organismos No Gubernamentales establecidos a favor de los Derechos Humanos, el Medio Ambiente u otros temas de la esfera pública, y su plena legitimación son asuntos urgentes ante un entorno cupular que mira con desconfianza a las agrupaciones civiles.

La llegada de la democracia electoral y deliberativa facilitó el acceso a grupos que defienden causas que no cuadran con el esquema de patronazgo clientelar. Más vale que se vayan acostumbrando los escépticos. Este es nuestro hogar: aquí vamos a crecer, y a multiplicarnos. A doscientos años de distancia y después de un trayecto accidentado, la sociedad civil (argamasa compuesta por los más variados intereses, propósitos y valores), terminó por acceder a la mayoría de edad. Tendrá que enmendarle la plana a una autoridad demasiado habituada al monólogo fatuo y la orden terminante.

Pero habrá que hacerlo con nuestros propios recursos de participación y exigencia. Sólo así tendrá sentido asumir a plenitud: como propia, nuestra Historia nacional.

La sombra del Bicentenario

Especial Bicentenario
El Universal (México)


Marcelo Ebrard fue bastante duro. “El Grito”, dijo ayer, es de reclamo por lo lejos que se encuentra México de lo que pensaron los fundadores de la Nación. Ofreció datos: 57 millones de personas en la pobreza; 12 millones sin servicios de salud, 18 y medio millones que apenas sobreviven. Fue un mensaje confrontador, distante de lo que divulga el gobierno federal. Pero el que estuvo todavía más duro fue Andrés Manuel López Obrador, con el mismo tema. Le dijo a la periodista Carmen Aristegui que tiene información de que funcionarios federales lucraron (“robaron, saquearon” son sus verbos favoritos) con los 27 millones de ejemplares de “Viaje por la historia” de Luis González y González que regalará el gobierno. Imagínese el tamaño de la inmoralidad si los datos de AMLO son reales. Lucrar con la cultura y con el Bicentenario. Caray. Según López Obrador se usó toda la celebración para desviar recursos públicos. Desde hace tiempo hay rumores sobre el gasto ejercido no sólo en este libro, sino, efectivamente, en toda la festividad. Quizás convendría a los involucrados aclarar esto. No reservar ni un solo recibo de lo que se gastó. No son pocos pesos de los que estamos hablando, mucho menos en un país (siguiendo en el tono de Ebrard) con tantos miserables.

Que no se sorprendan los presidentes nacionales de PAN y PRD, Cesar Nava y Jesús Ortega, si la contrainsurgencia a su movimiento aliancista tiene más de un foco de rebelión en el centro del país. No sólo es Estado de México el que se blinda contra coaliciones de derecha-izquierda: con otros métodos pero con el mismo propósito, algo se trabaja ya en Michoacán, entidad que también tendrá elecciones en 2011. Pasó casi desapercibido, aunque la prensa local sí lo registró: el presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, y el gobernador de Michoacán, Leonel Godoy, se reunieron para conversar “sobre distintos eventos de la vida nacional”. Pero en política no hay casualidades: ¿Qué hacen juntos un alto priísta y un perredista cabeza de tribu? Dos acérrimos enemigos de las alianzas, además, en diálogo abierto de cara a quien quiera verlos dialogar. Usted imagine y acertará. ¿Y si Michoacán muestra que es viable otra alianza que se veía casi imposible: PRD y PRI? Agárrense.

Que los rescataron. Que los localizaron. Que los resguardaron. Que ingresaron al domicilio para dar con ellos. Que un cerco para asegurar el perímetro. Que esto, que lo otro. El caso es que nunca queda claro qué hizo exactamente la SSP federal por los periodistas secuestrados en Durango. ¿Es necesidad de ser héroes a como de lugar, o una urgencia por atribuirse resultados? Hay dudas con Florence, con La Lore, con La Barbie, ahora con los periodistas…

Apunte final: Aunque parecía imposible domar un potro tan bronco, al final Ismael Hernández Deras dejó Durango con una calificación que sería la envidia de gobernador. Según Gabinete de Comunicación Estratégica tiene 8.3 de aprobación.

El Grito de México

Especial Bicentenario
El País (España)
Enrique Krauze


El clima de inseguridad ha ensombrecido la celebración del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. La guerra contra el narco se ganará dentro de las reglas de la democracia.

Pareciera que cada 100 años México tiene una cita con la violencia. Si bien el denominador común de nuestra historia nacional ha sido la convivencia social, étnica y religiosa, la construcción pacífica de ciudades, pueblos, comunidades y la creación de un rico mosaico cultural, la memoria colectiva se ha concentrado en dos fechas míticas: 1810 y 1910. En ambas, estallaron las revoluciones que forman parte central de nuestra identidad histórica. Los mexicanos veneran a sus grandes protagonistas justicieros, todos muertos violentamente: Hidalgo, Morelos, Guerrero, Madero, Zapata, Villa, Carranza. Pero, por otra parte, ambas guerras dejaron una estela profunda de destrucción, tardaron 10 años en amainar, y el país esperó muchos años más para reestablecer los niveles anteriores de paz y progreso.

En 2010, México no confronta una nueva revolución ni una insurgencia guerrillera como la colombiana. Tampoco la geografía de la violencia abarca el espacio de aquellas guerras ni los niveles que ha alcanzado se acercan, en lo absoluto, a los de 1810 o 1910. Pero la violencia que padecemos, a pesar de ser predominantemente intestina entre las bandas criminales, es inocultable y opresiva. Se trata, hay que subrayar, de una violencia muy distinta de la de 1810 y 1910: aquellas fueron violencias de ideas e ideales; esta es la violencia más innoble y ciega, la violencia criminal por el dinero.

Tras la primera revolución (que costó quizá 300.000 vidas, de un total aproximado de seis millones), las rentas públicas, la producción agrícola, industrial y minera y, sobre todo, el capital, no recobraron los niveles anteriores a 1810, sino hasta la década de 1880. A la desolación material siguieron casi cinco décadas de inseguridad en los caminos, inestabilidad política, onerosísimas guerras civiles e internacionales, tras las cuales el país separó la Iglesia del Estado y encontró finalmente una forma política estable (méritos ambos de Benito Juárez y su generación liberal) y alcanzó, bajo el largo régimen autoritario de Porfirio Díaz, un notable progreso material.

La segunda revolución resultó aún más devastadora: por muerte violenta, hambre o enfermedad desaparecieron cerca de 700.000 personas (de un total de 15 millones); otras 300.000 emigraron a Estados Unidos; se destruyó buena parte de la infraestructura, cayó verticalmente la minería, el comercio y la industria, se arrasaron ranchos, haciendas y ciudades, y en el Estado ganadero de Chihuahua desaparecieron todas las reses.

Por si fuera poco, entre 1926 y 1929 sobrevino la guerra de los campesinos "Cristeros", que costó 70.000 vidas. Pero desde 1929 el país volvió a encontrar una forma política estable aunque, de nuevo, no democrática (la hegemonía del PRI) que llevó a cabo una vasta reforma agraria, mejoró sustancialmente la condición de los obreros, estableció instituciones públicas de bienestar social que aún funcionan y propició décadas de crecimiento y estabilidad.

Ambas revoluciones -y esto es lo esencial- presentaron a la historia buenas cartas de legitimidad. En 1810, un sector de la población no tuvo más remedio que recurrir a la violencia para conquistar la independencia. Su recurso a las armas no se inspiró en Rousseau ni en la Revolución Francesa. Tres agravios (la invasión napoleónica a España que había dejado el reino sin cabeza, el antiguo resentimiento de los criollos contra la dominación de los "peninsulares" y la excesiva dependencia de la Corona con respecto a la plata novohispana para financiar sus guerras finiseculares) parecían cumplir las doctrinas de "soberanía popular" elaboradas por una brillante constelación de teólogos neoescolásticos del siglo XVI como el jesuita Francisco Suárez. A juicio de sus líderes, la rebelión era lícita.

Además, era inevitable, porque la corona española -a diferencia de la de Portugal- desatendió los consejos y oportunidades de desanudar sin romper sus lazos con los dominios de ultramar enviando, como ocurrió con Brasil en 1822, un vástago de la casa real para gobernarlos.

En 1910, un amplio sector de la población, agraviado por la permanencia de 36 años en el poder del dictador Porfirio Díaz, consideró que no tenía más opción que la de recurrir a la legítima violencia para destronarlo. Al lograr su propósito, esta breve revolución puramente democrática dio paso a un gobierno legalmente electo que al poco tiempo fue derribado por un golpe militar con el apoyo de la embajada americana. Este nuevo agravio se aunó a muchos otros acumulados (de campesinos, de obreros y clases medias nacionalistas) que desembocaron propiamente en la primera revolución social del siglo XX. Las grandes reformas sociales que se hicieron posteriormente han justificado a los ojos de la mayoría de historiadores la década de violencia revolucionaria que, sin embargo, vista a la distancia, parece haber sido menos inevitable que la de 1810.

En 2010, un puñado de poderosos grupos criminales ha desatado una violencia sangrienta, ilegal y, por supuesto, ilegítima contra la sociedad y el gobierno. Esta guerra ha desembocado, en algunos municipios y Estados del país, en una situación verdaderamente hobbesiana frente a la cual el Estado no tiene más opción que actuar para recobrar el monopolio de la violencia legítima que es característica esencial de todo Estado de derecho.

El clima de inseguridad de 2010 ha ensombrecido la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Desde hace casi 200 años, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos se han reunido en las plazas del país, hasta en los pueblos más remotos y pequeños, para dar el Grito, una réplica simbólica del llamamiento a las armas que dio el "Padre de la Patria", el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En unos cuantos días, una inmensa cauda indígena armada de ondas, piedras y palos lo siguió por varias capitales del reino y estuvo a punto de tomar la capital. A su aprehensión y muerte en 1811 siguió una etapa más estructurada y lúcida de la guerra a cargo de otro sacerdote, José María Morelos. La Independencia se conquistó finalmente en septiembre de 1821.

Han pasado exactamente 200 años desde aquel Grito. Hoy, México ha encontrado en la democracia su forma política definitiva. El drama consiste en que la reciente transición a la democracia tuvo un efecto centrífugo en el poder que favoreció los poderes locales y, en particular, el poder de los carteles y grupos criminales. Ya no hay (ni habrá, como en tiempos de Porfirio Díaz o del PRI) un poder central absoluto que pueda negociar con los bandoleros. Habrá que ganar esa guerra (y reanudar el crecimiento económico) dentro de las reglas de la democracia, con avances diversos, fragmentarios, difíciles. Costará más dolor y llevará tiempo.

El ánimo general es sombrío, porque a despecho de sus violentas mitologías, el mexicano es un pueblo suave, pacífico y trabajador. Muchos quisieran creer que vivimos una pesadilla de la que despertaremos mañana, aliviados. No es así. Pero se trata de una realidad generada, en gran medida, por el mercado de drogas y armas en Estados Unidos y tolerada por muchos norteamericanos que rehúsan a ver su responsabilidad en la tragedia y se alzan los hombros con exasperante hipocresía.

Esa es nuestra solitaria realidad. Y, sin embargo, la noche de hoy las plazas en todo el país se llenarán de luz, música y color. La gente verá los fuegos artificiales y los desfiles, escuchará al presidente tañir la vieja campana del cura Miguel Hidalgo, y gritará con júbilo "¡Viva México!".

Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras libres.

Cuándo me di cuenta de que era mexicano

Especial Bicentenario
Excélsior (México)
Leo Zuckermann


"Usted no parece mexicano". Me lo han dicho mil y una veces. Lo detesto. En mi mente suelto un mexicanísimo: "Chingada madre".

En el noticiero matutino de la W Radio, a propósito del Bicentenario de la Independencia, se les ocurrió preguntarle a la gente cuándo se dieron cuenta de que eran mexicanos. Me gusta mucho esta idea por la diversidad de respuestas que se escuchan. Además, uno inevitablemente piensa en la respuesta que daría. Por razones de tiempo, en el radio sólo trasmiten unas pocas palabras. Creo, sin embargo, que esta reflexión da para mucho ya que, por lo menos en mi caso, recuerdo muchas situaciones en las que me di cuenta de que era mexicano, para bien y para mal. Hoy, para celebrar el Bicentenario, comparto algunas de ellas.

Recuerdo que me sentí mexicano -orgullosamente- cuando mis abuelos paternos me contaron cómo este país les salvó la vida. Perseguidos por la barbarie nazi, México les abrió sus puertas con generosidad y gracias a la grandeza de Gilberto Bosques, el gran diplomático que expidió las visas que salvaron la vida de cientos de perseguidos políticos y religiosos: republicanos españoles, judíos y militantes de izquierda. Después de la Segunda Guerra Mundial, mis abuelos, fieles a la causa comunista, regresaron a Europa a fundar la utopía del proletariado en la Alemania Democrática. Años después volverían a ser perseguidos ahora por la barbarie estalinista. Y México los volvería a acoger para siempre. Todos sus nietos nacerían en este país. Gracias a él existimos. ¿Cómo no sentirse mexicano cuando esta nación fue la que salvó a nuestra familia?

"Usted no parece mexicano". Me lo han dicho mil y una veces aquí y en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos. Lo detesto. Mi coraje se incrementa cuando me preguntan mi nombre y rematan el comentario diciendo: "Tampoco suena mexicano, de verdad díganos de dónde es usted". Insisto en que de México y en mi mente suelto un mexicanísimo: "Chingada madre". No me creen porque hay un prejuicio chocante de que un individuo de 1.87 metros de estatura, piel blanca y pelo castaño no puede ser mexicano. Mucho menos si se llama Leo Zuckermann. Hay que tener una estatura de 1.70 metros, piel morena, cabello negro y llamarse Juan López. Ese es el estereotipo mexicano. Y, como todos los estereotipos, son chocantes. Paradójicamente el ser diferente al prejuicio me ha hecho muy consciente, desde chico, de mi mexicanidad.

"¿Qué quieres estudiar?", me preguntó mi tutor cuando comencé mi maestría en la Universidad de Oxford. No entendí. Era la primera vez en toda mi vida que un profesor me preguntaba qué quería y no qué tenía que estudiar. En ese momento caí en la cuenta de que en México tenemos una educación paternalista, autoritaria, donde los maestros nos dicen qué es lo que hay que repetir, no cómo podemos desarrollar nuestra capacidad de pensar. Penosamente, sin saber qué responder, ese día también me sentí mexicano.

Nada como celebrar el Grito de la Independencia en el extranjero. Ahí se reúnen todos los expatriados para afirmar su identidad nacional. Así lo hacíamos los que estudiábamos en las universidades de Nueva York. La combinación ideal de un buen reventón: amigos entrañables, bebida generosa y música bailable. No podía faltar, desde luego, el Grito a las 11 de la noche. "Dalo tú con el vozarrón que te cargas", me dijo el dueño de la casa. Al principio me opuse pero, gracias a un empujón etílico, me convenció. Todavía se me pone chinita la piel cuando lo recuerdo: "los vivas" de una treintena de mexicanos en un apretado departamento neoyorquino. Las paredes se cimbraron. Los vecinos se quejaron. La policía llegó a callarnos. Pero nosotros, con el pecho hinchado, les invitamos unos tequilas para celebrar la Independencia de México. Los policías sonrieron y se retiraron con un "traten de bajarle un poco". Muy mexicanos nos sentimos después de haber ganado esta pequeña batalla a orillas del Hudson.

¿Qué celebramos hoy?

Especial Bicentenario
Excélsior (México)
*Raúl Contreras Bustamante

A dos siglos del inicio del movimiento de Independencia, ¿realmente la hemos logrado?


Este día, darán comienzo los actos que el gobierno federal ha organizado para conmemorar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana.

Son fechas cabalísticas, la historiografía ha hecho que coincidan dos eventos de los más trascendentes de la construcción de nuestra nación.

Como en toda conmemoración, no se debe desaprovechar la energía que se despierta en el pueblo, simplemente para celebrar. Conviene reflexionar: ¿qué ha pasado durante este tiempo?, ¿para qué ha servido?, ¿dónde estamos? y, sobre todo, ¿hacia dónde vamos?

A dos siglos del inicio del movimiento de Independencia, ¿realmente la hemos logrado? Estamos sometidos a los dictados económicos y financieros del mundo globalizado; con una banca casi toda ella en manos extranjeras; dependiendo de la ayuda y certificación de los Estados Unidos en materia del combate contra el narcotráfico.

Dependemos de la utilización de patentes extranjeras porque nuestra investigación es muy poco estimulada por el presupuesto federal, nuestros mejores hombres y mujeres prefieren emigrar a falta de oportunidades en su propio país.

El artículo 12 de Los Sentimientos de la Nación, que José María Morelos y Pavón expidió el 14 de septiembre de 1813, aún duele y está pendiente de cumplirse. Dice: "Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto".

Respecto del inicio de la Revolución, que se originó por el reclamo de la democracia y contra la reelección, si bien vivimos en un país más democrático, con la violencia que se desató con la guerra que el gobierno federal declaró contra el narcotráfico, hoy la voluntad popular está muy vedada.

Candidatos y alcaldes asesinados; municipios gobernados a trasmano por las mafias; ciudadanos decentes que ya no aspirarán a cargos de elección popular por el miedo a ser ultimados o sus familiares secuestrados; resultan ser un veneno contra las libertades políticas.

Padecemos quiebras de empresas; desempleo; liquidación política de sindicatos; tentativas de reformas laborales regresivas; desatención al campo; falta de subsidios y apoyos a la agricultura; ausencia de políticas públicas que procuren justicia social.

Creo que el gobierno de la República dejó pasar una gran oportunidad. La falta de talento, cultura, altura de miras y de concepción patriótica le impidió ver que era un honor encabezar al país en estas fechas tan señaladas y no planeó hacer una gran jornada de reflexión sobre el futuro que queremos dejar a las generaciones de los siglos venideros.

La edición dominical de nuestra Casa Editorial, Excelsior, publicó los eventos y ceremonias que Porfirio Díaz realizó hace un siglo: sin comparación a la ineficiencia y pequeñez de lo que habremos de atestiguar ahora.

Sin embargo, lo que es indiscutible de conmemorar es la conformación de una nación orgullosa de su pasado: Tenemos un pueblo noble, alegre, digno de su identidad, defensor de su idiosincrasia, celoso de cualquier injerencia extranjera.

A pesar de todas las vicisitudes y problemas, somos una gran nación. Felicitémonos por ello.

*Doctor en derecho y profesor universitario

contrerasdf@gmail.com