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De propagandas y héroes

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)
Por: Cristina Lleras Figueroa / Curadora de arte e historia, Museo Nacional de Colombia
Un vistazo a la historia de las imágenes de Independencia.

¿Para qué preguntarnos sobre imágenes que se crearon hace cientos de años? Más allá del fetiche, se trata de encontrar claves para pensar qué historia y qué protagonistas se han privilegiado y quiénes han sido excluidos en ese proceso, para así elaborar hacia futuro historias no oficiales, quizá más incluyentes.

La nueva República necesitaba símbolos de fácil acceso, imágenes, para propagar las ideas políticas. Tenían que apelar a los valores de sacrificio y sentimientos de lealtad y apego a la patria, algo tan grande que posibilitara la cohesión de un país.

Una de las pinturas icónicas es Ricaurte en San Mateo (1920), del artista Pedro Alcántara Quijano, que representa al mártir justo en el momento previo a su inmolación. Esta obra parecía dar fin al debate abierto por cuenta de Luis Perú de Lacroix, quien desmintió tal acción y dijo que Bolívar lo había inventado para inspirar a las tropas. Más allá de lo sucedido, lo que importa es la propagación del mito.

Ahora, habría que preguntarse si realmente la idea de difundir héroes compartidos ha logrado su cometido. Para los pastusos el héroe no es Bolívar sino Agustín Agualongo, líder de la resistencia (con amplios argumentos) en contra del proyecto Republicano. Una imagen reciente en la carátula del disco de Bambarabanda nos comprueba que hay disputas no resueltas sobre la Independencia.

El personaje central —el héroe, normalmente hombre blanco— se concibe y se describe como instigador de los grandes sucesos de la historia. Tan sólo se destacaba el linaje y los ancestros europeos. El almirante mulato José Prudencio Padilla es el ejemplo de esta forma de exclusión. Pese a haber protagonizado la liberación del Caribe fue fusilado en 1828, acusado injustamente de participar de una conspiración contra Bolívar. Pocos conocen su imagen o su historia.

Así mismo, la representación de las heroínas es escasa, tardía y su imagen restringida. Desde el momento mismo del proceso independentista se reconoce el valioso papel de las mujeres, sin embargo, no se propaga su rol político. La Pola se constituye rápidamente como el personaje femenino emblemático y su sacrificio goza de una amplia difusión. Los casos de Carmen Rodríguez, María Águeda Gallardo o María Concepción Loperena también merecieron retratos, conmemorativos o en su vejez, pero no tuvieron un impacto sobre el rol de las mujeres y las narrativas de la historia.

Los rostros de Bolívar

El rostro del héroe debe encarnar el rostro de la nación, el rostro de todos. El retrato debía contagiar al espectador de virtudes cívicas y devoción. Bolívar rápidamente ocupó ese lugar. En el retrato encargado de 1819, Bolívar aparece al lado de la Libertad (sinónimo de la alegoría de América) como su padre y en vía de convertirse en símbolo propio de la emancipación. Durante el siglo XIX son innumerables las representaciones del Libertador que circulan y son consumidas.

Uno de los grandes difusores de la imagen de Bolívar fue José María Espinosa, quien lo retrató del natural por primera vez en 1828. Esta imagen de un Bolívar cansado y de brazos cruzados, se difundió posteriormente en los grabados realizados en Francia a partir de sus dibujos. Un hito importante en ese momento es el emplazamiento de la escultura de Tenerani en la Plaza de Bogotá en 1846. Se convierte Bolívar en testigo —hasta nuestros días— de la lucha de los pueblos.

El héroe de héroes se consolidaría en el centenario de su nacimiento a través de biografías, poemas, himnos y actos conmemorativos en 1883. Hay un amplio reconocimiento del sacrificio de Bolívar, abandonado al momento de su muerte. El artista Alberto Urdaneta será una figura clave para la difusión de la imagen de Bolívar a través de publicaciones como el Papel Periódico Ilustrado.

También se elaboran las galerías de retratos. Unos en pintura colgados en el Museo Nacional de Colombia y otros en álbumes de tarjetas de visita coleccionables —similares a los de “monas”—. En estas galerías ocurrían situaciones bochornosas: los retratos de Bolívar, Santander y Padilla, en el mismo espacio, esconden que Santander exiliado por la conspiración contra Bolívar le da la espalda a Padilla, quien es condenado a muerte por esos sucesos.

En el Centenario de la Independencia (1910), Bolívar se refuerza como una forma de diluir memorias en disputa de caudillos y conflictos. Sin embargo, no había un acuerdo sobre cómo se debía representar, en parte debido a la oposición frente a la imagen militar del monumento del escultor Frémiet (hoy en Los Héroes). Más tarde, en 1926, el tríptico Batalla de Boyacá, de Andrés de Santa María, sería objeto de otro debate. Para algunos críticos, la imagen de Bolívar triste, trágico y cansado iba en contravía de lo que había que mostrar.

Estas representaciones del héroe sufriente sólo tuvieron acogida en la segunda mitad del siglo XX y tenían como fin señalar sus derrotas o proyectos políticos adversos. En 1972, 150 años después de la Batalla de Bomboná, clave para liberar el sur del país, se abría una herida. Se debatió el triunfo patriota y fue difundida una versión según la cual Bolívar lloró, imagen que contradecía la oficial que circuló en estampillas de la época.

Esta humanización del héroe, si bien tiene antecedentes y tendrá un desarrollo posterior en la literatura, se desarrolló a partir de las representaciones radiales. Allí seguían siendo personajes excepcionales, pero se hacía énfasis en las emociones y las vidas sentimentales. La radionovela Fanny de Villars, el romance parisiense del Libertador (Radio Nacional de Colombia, 1952) combinaba el melodrama con la experiencia de Bolívar en Francia durante la coronación de Napoleón.

La televisión aprovechó ese inventario de imágenes acumuladas para elaborar su propia versión. Carlos José Reyes, libretista de Bolívar el hombre de las dificultades (1980-1981), de la serie “Revivamos nuestra historia”, se basó en documentación que lo exaltaba y criticaba, así como correspondencia para crear el lenguaje del personaje y un perfil más humano. La serie abarcó toda la vida de Bolívar, permitiendo ver su evolución, contradicciones y contexto. La narrativa sigue los patrones biográficos, permite el desarrollo de otros personajes y la relación del protagonista con hombres y mujeres, como su nana Hipólita.

El cine reciente, como Bolívar soy yo (2002), toma distancia de la épica y la didáctica del sacrificio y en tono burlesco muestra la historia contemporánea del país a través de un actor que se identifica con Bolívar a tal punto que se cree él mismo. Hace una alusión al uso ideológico, comercial y político del que sufre el Libertador.

Finalmente Bolívar llega a Facebook. Las nuevas tecnologías no han reformulado el espíritu de idealización pero constituyen plataformas para que los blogueros y twitt6eros comiencen sus propios diálogos con la historia. A partir de preguntas y respuestas, la historia de los héroes adquiere otro “perfil”. A pesar de que se corre el riesgo de descontextualizar o simplificar la historia, no nos podemos resistir a la imagen de Bolívar contestando los mensajes de sus fans desde su Blackberry en algún rincón de América...

* El texto se basa en las investigaciones realizadas para la exposición ‘Las historias de un grito. Doscientos años de ser colombianos’, abierta en el Museo Nacional hasta el 10 de octubre. Los autores son Juan Ricardo Rey-Márquez, Yobenj Chicangana, Amada Pérez, Carolina Vanegas, Maite Yie, Olga Acosta, Antonio Ochoa y Cristina Lleras.

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